miércoles, 15 de agosto de 2012

¿QUE ES LA “SOCIEDAD DOCENTE”?



Sebastián Jans


Hasta hace algunas décadas, antes de que la educación fuera un producto más del mercado, la educación era un objetivo nacional. Hombres de mentalidad progresista, con una visión nacional bastante preclara, con una concepción específica sobre la educación como herramienta de conocimiento y esclarecimiento, debieron vencer los enormes impedimentos de la rémora colonial, que engordaba con los resabios prepotentes del opulento conservadurismo de su tiempo, dispuesta a oponerse a que las clases bajas accedieran a las virtudes que daba la educación y el saber.

Hay memorables antecedentes de parlamentarios conservadores de la segunda parte del siglo XIX y de la primera parte del siglo XX, exponiendo los planteamientos mas rotundos sobre los riesgos que implicaban que los hijos de los jornaleros y los inquilinos fueran  abstraídos de su “condición natural” por la subversión educativa. Muchos de esos personeros consideraban que la educación que aquellos necesitaban, bastaba con la que les entregaban los sacerdotes en sus parroquias o capillas, en torno a lo necesario para ser buenos siervos de la fe.

Hay también memorables planteamientos de personeros religiosos que rasgaron vestiduras ante la “pretensión laicista” de desarraigar a los pobres del camino que les había asignado Dios en la creación, imponiéndoles una peligrosa educación primaria obligatoria.

Todos ellos ponían pie firme en la ley, en la más imperturbable y solemne ley, para fundar sus declamaciones, y condenaban la ampliación al acceso a la enseñanza  por sus alcances claramente subversivos. No faltaron los conjuros impetrando la acción divina para alejar la demoniaca ralea que venía a traer tanta desgracia a una sociedad tan claramente determinada por los roles establecidos por la creación.

Pero, aquellos subversivos y contrarios a los determinismos, lograron concebir un concepto que tendría un enorme impacto en el desarrollo de Chile: el Estado Docente. Un proyecto con perspectiva de futuro, construido en la tolerancia y en el conocimiento humano. Cuando habían muy pocos recursos, cuando había tantísimo por hacer, cuando había que luchar con opositores formidables (la clase poseedora y los clérigos), fueron capaces de concebir un concepto de enorme trascendencia para el acceso de Chile a la modernidad, a la libertad de conciencia, al librepensamiento, a la democracia, a la movilidad social, a un estadio de desarrollo cultural y educacional que llegó a ser un referente en América Latina, por muchas décadas, aún con sus enormes carencias.

Ese concepto fue el “Estado Docente”. Cierto que tuvo limitaciones, que tuvo incapacidades, que provocó insatisfacciones. Pero nadie podía llamarse a equívocos respecto de su carácter y objetivos. Se trataba simplemente de que, el Estado, asumiera la obligación de educar a los chilenos, sin otro objetivo e interés que los logros académicos y los objetivos nacionales planteados en bien exclusivo del país y de su pueblo. Con esa decisión y voluntad se beneficiaban los educandos, con la adquisición del conocimiento y su crecimiento personal; se beneficiaban las familias, porque aseguraban los logros de su progreso o adquirían la posibilidad cierta de la movilidad social; se beneficiaba el país, al lograr chilenos mejor preparados para los desafíos del desarrollo y la planificación nacional; se construía una cultura, una sociabilidad y una idea nacional.

Su naturaleza estuvo centrada en su carácter público, gratuito y laico. Desde luego, no fue excluyente, ya que posibilitó una educación particular como colaboradora, para aquellos que preferían mantener sus identidades específicas o para que los más ricos tuvieran donde educar a sus hijos, cuando fracasaban en la educación pública.

Todo ese esfuerzo se sostuvo académicamente en la formación de educadores, a través de las Escuelas Normales, que formaron miles de profesores, y que debe reconocérseles la condición de “alma mater” de la educación chilena, y que solo desaparecieron cuando el dogmatismo y las exclusiones vinieron a imponerse, para provocar cambios ideológicos y partidistas, en la medida que lograron hacerse políticamente del Ministerio de Educación, el gran bocado para imponer su particular  modelo de sociedad.

Ese enorme proyecto educacional, definitivamente, no ha podido ser hasta ahora emulado ni sustituido en su alcance, magnitud, y coherencia, por ninguna de las reformas y cambios propiciados por las políticas que se impulsaron desde los años 1960 en adelante. Y todo lo obrado parece que estuvo orientado a demolerlo.

Lo que seguiría después, cuando el Estado Docente fue abolido, sería la desaparición de todo concepto específico de proyecto o plan nacional de educación. O simplemente el plan o proyecto fue que no hubiese plan o proyecto. Y quienes esperaban fagocitarse de las posibilidades que daba un mercado abierto, donde había miles y hasta millones de consumidores, clientes o potenciales deudores, encontraron campo llano para su iniciativa y emprendimiento.

Pero, no se trataba solo de negocio, pues, quienes socavaron y destruyeron el Estado Docente, lo hicieron también con claros propósitos políticos e ideológicos, y con definidos tintes de determinismo, que no podían ser concebidos e implementados en un sistema de educación pública, gratuita y laica.

Lo que muestra la realidad posterior es el motivo actual de un gran repudio nacional, y que los estudiantes, desde el año pasado, han venido denunciando ante la conciencia ciudadana. Así, ha quedado en evidencia que la educación se transformó en un simple objetivo de lucro, en una industria que permite el emprendimiento en la magnitud de cada uno de sus inversores. Es un producto más que se transa en distintas calidades, según la capacidad de pago del consumidor, que, así como puede pagar la calidad de sus zapatos según su ingreso, de la misma manera, según el ingreso familiar, cada cual puede costear la educación que esté a su alcance.

 La denuncia del movimiento estudiantil, desnudando el perverso sistema que segrega según ingreso y origen social, dejó en evidencia el trasfondo esencialmente mercantil del modelo que ha imperado. Los estudiantes lo han desnudado en su esencia con ideas y claros contenidos críticos que han sido asumidos por la ciudadanía.

Ante ello, quienes sostienen el modelo, se han dado cuenta que, lo que fue impuesto con el arbitrio dictatorial, y que es protegido por las redes fácticas y el binominal sistema electoral, ni siquiera tiene un contenido o relato, una formulación de ideas que lo justifique ante la conciencia nacional. Sobre todo cuando los conceptos que formulara la dictadura de Pinochet, al demoler la educación pública, ya no son argumentos decentes ni morales, más aun cuando muchos de sus vinculados exhiben el ímprobo resultado de su emprendimiento en el negocio de vender ese tan repudiado modelo de educación.

Ante esa falencia se ha comenzado a esbozar un concepto de “sociedad docente”, que lejos de definir un proyecto de educación, pareciera que lo que trata es salvar ideológicamente un modelo aplicado sobre la base de la sobreposición de los intereses de quienes lucran con él, y de quienes fácticamente han obtenido o recuperado primacías, a costa de seguir generando y reproduciendo chilenos de distinta clases según su ingreso y origen social.

Sin embargo, el pragmatismo de quienes defienden el modelo, al punto de señalar, como hace un siglo o más, que lo que corresponde es solo aplicar la ley, indica que el destino del concepto de “sociedad docente” está solo en la constatación de la simple consigna, y que es incapaz de proponer una idea cierta de nuevo tipo. Parece que, inevitablemente, llegó tarde al concurso de la discusión de las grandes ideas nacionales, porque la realidad de los intereses comprometidos es tan desnuda que no se da tiempo para lenguajear el futuro. Y para lenguajear, para construir ideas y conceptos, se requiere una perspectiva de futuro.