lunes, 29 de octubre de 2012

Aborto en Chile: Mitos y Realidades


          
         Uno de los problemas más importantes de Salud Pública en Chile ha sido el aborto provocado y sus complicaciones. Esto se arrastra desde la Colonia. En el informe de la primera visita que hizo el médico enviado por la Corte de España, a las colonias en el Nuevo Mundo, comentaba de la Capitanía General de Chile: “Los partos en Chile no son atendidos ni siquiera por los carniceros”; y reporta una muy alta mortalidad de madres y niños. Agrega además que le llama “la atención de la cantidad de abortos provocados en especial en el sector de La Cañada”, en lo que actualmente corresponde al barrio de Independencia y Recoleta de Santiago, al otro lado del río Mapocho.
La conducta abortiva de la población chilena es cultural y no tiene raíces claras. Los colonos españoles tenían conceptos religiosos católicos y las conductas de los autóctonos del norte, centro y sur de Chile no son abortivas. La migración europea no hispana, que se inicia en los inicios de la república con la colonización alemana en las tierras del sur, fue más bien natalista. No se detectan otras influencias que expliquen este fenómeno.
¿Cuál es el impacto del aborto? Esta simple pregunta genera una serie de posiciones encontradas en las cuales se mezclan los mitos, las falsas creencias y las expresiones de ideológicas y morales de las más variadas posiciones religiosas. Esto último ocurre especialmente en países donde el tema se ha negado para su discusión y donde la tradición de los derechos humanos tiene antecedentes de haber sido conculcados.
Basta que esta pregunta sea por razones directas, como ocurre con la discusión de la interrupción de los embarazos por causas de salud de la mujer, o por inviabilidad fetal, por malformaciones embriológicas o genéticas severas o malformaciones que condicionan una viabilidad muy limitada después del nacimiento. Puede ser por razones indirectas como ocurre la discusión de la licitud de fármacos anticonceptivos que previenen el embarazo, pero que para muchos son abortivos, como ocurre con la anticoncepción hormonal de emergencia o Píldoras Anticonceptivas de Emergencia (PAE),  a pesar de todas las evidencias científicas existentes de su acción farmacológica  previa a la fecundación. Esta última experiencia ha ocurrido en Chile en los últimos 10 años, desde el 2000.
Por otra parte, se argumenta que efecto sobre la mortalidad materna por aborto se controla con buenos sistemas de atención, como ocurre en Chile, y que por lo tanto ya deja de ser un problema importante, o bien que los egresos hospitalarios por complicaciones del aborto se mantienen en una proporción estable sin aumentar notoriamente y, por lo tanto, es posible de absorber por el sistema de Salud sin grandes conflictos y deja de ser un problema de Salud Pública.
Dado que el tema es muy desconocido y se mezclan conceptos, es indispensable que toda la población sea informada adecuadamente con objetividad y con respeto a sus creencias o prácticas religiosas, y ampliar la respuesta respecto al impacto del aborto y ampliar la visión del problema. El objetivo de la publicación se explica así como una necesidad satisfecha.
Los aspectos aquí sintetizados, se expresan extensamente en el número especial de Revista "Iniciativa Laicista", dedicado exclusivamente al informe "Aborto en Chile. Mitos y Realidades" del profesor Ramiro Molina, realizado especialmente para esta publicación:
El autor es Médico Cirujano, titulo obtenido en la Universidad de Chile en 1965. Es especialista en Ginecología y Obstetricia, Ginecología Pediátrica y de la Adolescencia y Master in Public Health, con especialidad en Dinámica de Población en la Universidad de John Hopkins.
Se ha desempeñado internacionalmente como Director del Programa Regional de la OIT en Seguridad Social y Salud materno Infantil para Latinoamérica y el Caribe, asesorando a casi todos los países de la Región, con sede en San José de Costa Rica (1973-1976). Asesor temporal de la OPS /OMS, FNUAP y UNICEF. Miembro extranjero del Directorio del Instituto Alan Guttmacher de EE.UU. (1997-2002), Presidente de la Asociación Latinoamericana de Ginecología Infantil y de la Adolescencia (1993). Director del Examen Internacional de Ginecología Infantil y de la Adolescencia IFEPAG de la Federación Internacional de Ginecología Pediátrica y de la Adolescencia (FIGIJ), ejerciendo la presidencia en el periodo 2007-2010.

lunes, 15 de octubre de 2012

La Iglesia, el infierno y la diversidad sexual


Por Antonio Jesús Aguiló
Investigador de la Universidad de Coímbra (Portugal).


Hace años, durante la audiencia general del 28 de julio de 1999, Juan Pablo II, por entonces máxima autoridad de la Iglesia católica, afirmó públicamente que el sheol [1] que se menciona en el Antiguo Testamento no era, teológicamente hablando, un lugar físico o material con una ubicación geoespacial concreta (las entrañas de la tierra), sino una condición espiritual particular del ser humano: “La situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida[2].
Con estas declaraciones, que descartaban la escatología medieval del infierno como un lugar lleno de fuego y poblado de almas ardiendo en un escenario de sufrimiento y desesperación, tal y como aparece emblemáticamente representado en la Divina Comedia de Dante, Juan Pablo II dio un giro significativo a la concepción clásica del catolicismo sobre el infierno.
Aquella labor de ajuste teológico y dogmático del más allá no conectaba, sin embargo, con la sensibilidad de todos los miembros de la jerarquía católica. Contradiciendo a su predecesor, en marzo de 2007, durante una misa oficiada en la parroquia romana de Santa Felicidad e Hijos, Mártires, Benedicto XVI resucitó el planteamiento amenazante del infierno al declarar solemnemente que en la actualidad muchas personas se han olvidado de que si no “admiten la culpa y la promesa de no volver a pecar”  corren el riesgo de sufrir una “condena eterna, el Infierno”; un infierno, añadió, “del que se habla poco en este tiempo” y que “existe y es eterno para quienes cierran su corazón al amor de Dios” [3].
No cabe duda de que históricamente el destino de lesbianas, gays, bisexuales (LGTB) y transexuales ha sido amargo: enviadas a la prisión como delincuentes, al psiquiátrico como enfermos mentales o al infierno como pecadores. No obstante, con el tiempo, esta situación ha ido cambiando. Hoy en día, en muchos países del mundo las personas LGTB ya no van a la prisión ni al psiquiátrico, aunque todavía no han conseguido liberarse de las llamas del infierno.
Lo hemos vuelto a ver y a escuchar recientemente. En su homilía del pasado Viernes Santo, retransmitida en directo por la televisión pública, el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, quiso dirigirse a “todas aquellas personas que hoy, llevadas por tantas ideologías, acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana, piensan ya desde niños que tienen atracción hacia las parejas del mismo sexo, y a veces para comprobarlo se corrompen y se prostituyen. O van a clubs de hombres”, para decirles, de manera tajante, cruel e inmisericorde, que seguro que “encuentran el infierno”.
Sin duda, Benedicto XVI y Reig Pla están alienados en la misma dirección teológica conservadora, reaccionaria e insolidaria que resucita la doctrina del infierno religioso como castigo y amenaza, una de las ideas más temibles y hábilmente administradas que durante siglos sirvió para aterrorizar a la humanidad, creando innumerables pesadillas y perturbaciones. Por si fuera poco, las declaraciones del obispo Reig no se limitan al lenguaje de la amenaza, sino que además vinculan de manera inaceptable y torticera la homosexualidad con la prostitución, además de relacionarla con determinadas “ideologías” que desorientan y corrompen a las personas.
 Me temo, señor Reig Pla, que afortunadamente usted y yo no compartimos la misma idea y visión del infierno. Déjeme decirle a usted, y todos los que piensan como usted, que el infierno de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales no es un infierno de azufre y llamaradas de fuego, como al que usted envía y condena a las personas LGTB por su condición sexual y afectiva.
Desgraciadamente, el infierno de muchos gays, lesbianas, bisexuales y transexuales consiste, entre otras situaciones que podrían recordarse, en la persecución diaria que sufren alrededor del mundo; en la marginación, los encarcelamientos, las torturas y los asesinatos extrajudiciales cometidos contra ellos; en el olvido flagrante de sus derechos humanos; consiste en la complicidad y el silencio de quienes callan o miran para otro lado; en los chistes populares e insultos que degradan y humillan; en el acoso escolar que tantos jóvenes LGTB sufren cotidianamente en nuestras escuelas e institutos; en la hipocresía de la Iglesia católica, una institución auténtica y estrictamente homosexual [4] que impide el sacerdocio a mujeres y homosexuales “en activo”, como ustedes dicen, pero que no tiene reparos, entre otras tropelías conocidas, en encubrir y dar cobijo a auténticos depredadores y abusadores sexuales que en ocasiones se esconden tras las sotanas.
Yo no sé, señor Reig Pla, si usted es homosexual o no, o si alguna vez se ha visto arrojado a alguno de los infiernos cotidianos y reales que he señalado. Tal vez le convendría descender del altar y pasar una temporada en alguno de ellos. Estos infiernos aluden una realidad social y a una forma de violencia muy específica, aunque para referirse a ella haya distintos nombres: homofobia [5], armario, discriminación, patriarcado heterosexista, heteronormatividad, entre otros. ¿Le suenan de algo?
 La Iglesia católica es una de las principales instituciones internacionales generadoras de homofobia y, por tanto, corresponsable de la persistencia de la misma. Le animo, señor Reig Pla, a que se aleje de ese infierno amenazante y castigador del que usted tanto sabe y luche, como tantos cristianos y cristianas de buena fe, por acabar con el infierno de la homofobia, la discriminación social y el machismo que usted y la institución a la que usted pertenece reproducen y promueven con total impunidad.
 Me temo que es como pedir peras al olmo. Al menos demuestre tener un mínimo de sensibilidad y atrévase a pedir perdón de forma pública (¿quizá en televisión?). Probablemente también sea pedir mucho. En cualquier caso, y sea como sea, espero y deseo ardientemente no encontrarlo nunca en el infierno.
 
 Notas

[1] La Biblia describe el sheol como un lugar de tinieblas, un abismo, foso o morada subterránea donde los espíritus malvados reciben su castigo.
[2] Juan Pablo II, “El infierno como rechazo definitivo de Dios”, audiencia del miércoles 28 de julio de 1999.
 [3] Homilía de Benedicto XVI del 25 de marzo de 2007 en su visita pastoral a la parroquia de Santa Felicidad e Hijos Mártires.
 [4] “Homosexual”, etimológicamente, significa del mismo sexo. La Iglesia es una institución en la que la estructura jerárquica y las funciones litúrgicas están reservadas y controladas exclusivamente por varones sacerdotes o futuros sacerdotes que pasan juntos buena parte de su tiempo y formación, compartiendo una disciplina y un particular estilo de vida (celibato, abstinencia sexual, etc.) que crea un ambiente propicio para que personas del mismo sexo se conozcan y entren en contacto.
[5] Por “homofobia” entiendo un fenómeno social y cultural que consiste en un conjunto persistente de actitudes y sentimientos irracionales de rechazo, miedo psicológico y social, hostilidad, vergüenza, intolerancia, odio y desprecio, entre otras percepciones negativas, de las personas homosexuales por el mero hecho de serlo. La homofobia, al igual que el racismo, el machismo o el clasismo social, se expresa a través de discursos, prácticas y relaciones sociales de opresión y dominación de unos grupos sobre otros. Estas relaciones, que pueden ir desde la violencia física hasta la violencia simbólica —humillación verbal, discriminación legal o ausencia de reconocimiento social, entre otras formas—, limitan la capacidad de las personas afectadas para desarrollar y expresar en contextos públicos determinados sentimientos, experiencias y pensamientos, habilidad necesaria para un autodesarrollo psicosocial satisfactorio. Su objetivo último, por tanto, es inferiorizar, anular socialmente y destrozar psicológica —e incluso físicamente— a quienes las sufren. Véase Aguiló, A. J., (2009), “Pensamiento abismal, diferenciación sexual desigual y homofobia eclesial”, Nómadas. Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas, nº 23, págs. 5-26.

FUENTE: “Europa Laica”. Publicado el lunes, 16 de abril de 2012.