miércoles, 12 de abril de 2017

¿Sirve o no sirve?

Rogelio Rodríguez



Se cuenta que al científico Niels Bohr, galardonado con el Premio Nobel, le preguntaron una vez para que servía la nueva visión de la física que proponía. Y  que respondió: “¿Y para qué sirven los recién nacidos?”.  El sentido de esta analogía parece ser el siguiente: un ser humano, cuando recién nace, es un sujeto inútil, débil, no funcional, pero que conlleva en su interior una enorme potencia para llegar a ser con el tiempo una creatura muy poderosa e importante.  Así también, entonces, el nuevo paradigma de la ciencia física, aunque al principio no se le viera su utilidad, poseía en germen la capacidad de llegar a ser una gran contribución al conocimiento de la naturaleza.
Hay cosas cuya utilidad no se ve inmediatamente; son rentables, entonces, a largo plazo.
En nuestra sociedad del rendimiento, sin embargo, las cosas que valen son las que muestran una inmediata utilidad. ¿Sirve o no sirve esto ahora?, es la pregunta del momento. A esta actitud interrogativa ante nuestras ideas, discursos y acciones, la podemos llamar “la visión servicial” de las cosas.  Es el triunfo del valor de la eficacia, entendida ésta como lo que demanda el mercado. Todo tiene que servir ya, todo tiene que ser útil  a corto plazo… o no vale nada.
Esta visión servicial se ha extendido también al ámbito educativo.  Los estudios tienen que ser rentables laboralmente o se convierten en pérdidas de tiempo injustificables. La curiosidad intelectual o el afán de conocer no bastan para legitimar los años y los gastos invertidos en cualquier esfuerzo académico. Las carreras universitarias provechosas son las que atienden a las exigencias de las empresas. La educación humanista  --o sea, no directamente instrumental--  parece ya no servir.
El académico italiano Nuccio Ordine llama a esta visión servicial “la lógica del beneficio” y dice que está corroyendo por su base las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios, museos, bibliotecas, archivos) y las disciplinas (humanísticas y cientificas) cuyo valor corresponde al saber en sí ajeno a finalidades utilitarias e independiente de la capacidad de producir ganancias inmediatas o beneficios prácticos a corto plazo.
En su cautivador manifiesto  La utilidad de lo inútil, Ordine señala que lo que trae beneficios para el espíritu se califica actualmente como inútil porque no trae provechos económicos inmediatos.  Por ejemplo, el interés por saber e indagar sin objetivo inmediato práctico, sino en vista de adquirir conocimientos para perfeccionarnos como personas.  Escribe:  “Existen saberes que son fines por sí mismos y que  --precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial--  pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo  civil y cultural de la humanidad”.  A su juicio, esto aparentemente inútil tiene en verdad la enorme utilidad de ayudarnos a ser mejores seres humanos.
En el contexto del paradigma economicista dominante  --que privilegia tan solo la producción y el consumo, despreciando todo lo que no sirve a la lógica utilitarista del mercado--,  la educación parece olvidar su propósito de “cultivar la humanidad” (la noción es de Martha Nussbaum) y se dirige más bien a la formación de sujetos laborales aptos.  Este es, sin duda, uno de los motivos (y no el menor) que guían los intentos, cada cierto tiempo en nuestro país, por quitar la asignatura del filosofía del currículo escolar de enseñanza media.
 Sostiene Ordine: “En este brutal contexto, la utilidad de los saberes inútiles se contrapone radicalmente a la utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana”.
Invitando a pensar en torno al hecho de que hoy, precisamente en momentos de crisis,  tenemos más necesidad que nunca de aquellos conocimientos inútiles que nutren el espíritu, que invitan al amor por el bien común, al respeto del otro, a la solidaridad, a la paz y, sobre todo, a luchar contra la corrupción del dinero y el poder, Ordine convoca en su manifiesto a un vasto conjunto de filósofos y escritores de los que cita textos e ideas.
Su ensayo se divide en tres partes: la primera, dedicada al tema de la útil inutilidad de la literatura; la segunda, consagrada a los desastrosos efectos provocados por la lógica del beneficio en el ámbito de la enseñanza, la investigación y las actividades culturales en general; y la tercera, ocupada por la voz de algunos clásicos que, en el curso de los siglos, han mostrado la carga ilusoria de la posesión y sus implicaciones devastadoras sobre la dignitas hominis, el amor y la verdad.
Leer estas páginas ayuda a tomar real conciencia de que el cultivo y la enseñanza de la filosofía, la literatura, la ciencia, los saberes clásicos y las disciplinas artísticas constituyen  --al decir de Ordine--   “el líquido amniótico ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo”.


 LA UTILIDAD DE LO INÚTIL, de Nuccio Ordine.  Acantilado, Barcelona, 2014.

Necesitamos una Europa sensata


Sebastián Jans

Las angustias y la desazón se esparcen por Europa como mancha de aceite descompuesto. Mientras escribo estas líneas se han conocido los resultados del proceso electoral en Holanda, ese país que aquellos que lo visitan por primera vez siempre se sorprenden con simpatía por su liberalidad y su forma tolerante de tratar muchos de los problemas de la condición humana. Haciendo gala de grandes episodios del pasado, de hombres ilustres que supieron dejar su huella en la reflexión y el conocimiento humano, lo holandés en Europa ha sido siempre un modelo de sobria comprensión de los pulsos históricos. Sin embargo, es un país que se ha asomado también a la incertidumbre y pese a los agoreros el grueso de su electorado ha dado una señal potente contra la retrogradación y el pasado.
Es tranquilizador el dato holandés de ayer, ya que, por causas que seguirán analizándose, pareciera que Europa está en las puertas de un momento de inflexión que puede ser dramático para todo el mundo. De alguna manera da la sensación de que la sensatez se bate en retirada en el llamado Viejo Continente.
Más allá de los modelos económicos, que han generado consecuencias en parte de la población, que son profundos y que dejan a las democracias en deuda, pero cuyas soluciones no escapan a la posibilidad de la democracia misma, lo que está en juego a partir del Brexit que se impuso en las últimas elecciones de Gran Bretaña y que se promulga hoy, es la capacidad de Europa de mantenerse sensata. 
No hay un futuro promisorio de paz y democracia, si Europa pierde la sensatez. Esa es una verdad que impacta al mundo de manera definitiva, y que puede ser el anuncio de graves consecuencias, dado el creciente enervamiento que se observa en la política internacional, fruto del quiebre de las racionalidades que han permitido que ese continente histórico haya mantenido sus territorios en paz, desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos en aquellos países que constituyeron el alma de la viga en que se ha sostenido la Unión Europea. Por cierto, otros se han agregado con el paso del tiempo, luego de superar periodos marcados por la violencia y los traumas.
Aquella idea surgida por los acuerdos del carbón y el acero, no solo construyeron una comunidad económica, que llegará a expresarse como sujeto político y de derecho internacional, con un modelo comunitario complejo y único, sino también, como consecuencia de las experiencias de su historia, ha sido un actor fundamental e insustituible para delinear un concepto de la paz, de la convivencia pacífica y de los derechos humanos.
Muchos de los derechos que hoy garantizan a las personas su libertad y su cualidad humana, han surgido bajo la reflexión y el liderazgo de hombres y mujeres que han dejado su impronta, a partir de su aporte y vivencia europea. Mucho del mundo racional y racionalizado, de las comprensiones democráticas, del objeto político moderno, de las reflexiones sobre las seguridades humanas, del preludio del derecho futuro, han sido cobijados bajo el amparo del proyecto comunitario europeo.
Hace dos meses, y a modo de ejemplificar lo que asevero, los miembros del Comité Parlamento Europeo para Asuntos Legalesvotaron a favor de una moción para garantizar estatus legal a los robots, a los que se les otorga la condición de "personas electrónicas".
La propuesta, que fue aprobada por mayoría absoluta,estableceque "los robots autónomos más sofisticados podrían recibir el estatus de persona electrónica, con derechos y obligaciones específicos", incluyendo la de subsanar los daños que causen. Los androides serían definidos según distintas categorías, en función de su autonomía y capacidades, presuponiendo una mayor responsabilidad por sus actos a los robots más avanzados. Asimismo, se estipuló que los robots deben contar con mecanismos externos de emergencia, como un botón, para poderlos desactivar en caso de necesidad y emergencia.
Para cualquier observador, colmado por las cuestiones cotidianas, aquello seguramente le pareció extemporáneo, por decir lo menos. Sin embargo, no pasará una década en que ese acuerdo de la Comisión para Asuntos Legales del actual Parlamento Europeo será señero y referente para muchos de los problemas que afectarán a la Humanidad en pocos años más, y donde los problemas de los refugiados y migrantes que hoy dominan la agenda parecerán casi primarios.
¿Qué importancia tiene ese acuerdo legislativo para lo que analizamos? Que Europa tiene esa potencialidad enorme de proyectar el futuro. Que en la esencia del raciocinio comunitario europeo está la posibilidad de encontrar respuestas a los grandes desafíos de la Humanidad, tanto actuales como futuros. Y no hablo de un futuro que escape a nuestra vivencia personal, sino de uno que nos alcanza o que alcanzaremos.
Sin embargo, Europa está en una enorme encrucijada que puede conducir al mundo a una tragedia. Tal vez la peor de todas. El erizamiento, la prepotencia, la arrogancia, el estímulo de los conflictos, la irracionalidad y los ensimismamientos sociales, apuntan inexorablemente a destruir la sensatez del proyecto comunitario y sus efectos sobre los países que han aprendido de sus fundamentos.
La democracia en América Latina y en Chile, le deben mucho al espíritu comunitario europeo. Las categorías del pensamiento político, del humanismo, de la gobernanza, de las seguridades sociales, de la reflexión ética en muchos sentidos. Nuestros dirigentes y las clases políticas de nuestros países han construido muchas de sus afirmaciones a partir de su relación con la sensatez europea. Por cierto, ello no da garantías de la misma sensatez en su interpretación o aplicación, pero es innegable que, en la asertividad de nuestras clases dirigentes, siempre ha estado la reflexión europea sobre los fines y alcances de toda labor política, al margen de la orientación política de quienes los pongan en acción.
No deja de preocupar la aparición y persistencia, en algunos casos, de políticos xenofóbos, claustropopulistas, rupturistas y basados en el recelo y la exclusión. Tipos que van contra todos los progresos en los derechos y seguridades humanas, generalmente asociados al fanatismo nacional-racial- religioso. Un sector de la población que no lee, que no tiene ilustración, que no analiza las consecuencias, sino que se deja llevar por sentimientos impulsivos, producto de las frustraciones que no ha resuelto oportunamente la democracia, que no es menor, pero que generalmente son minoría, ha crecido merced la indiferencia de los votantes que no ejercen su sufragio.
Frente a los desafíos que surgen en el horizonte, esperamos que en definitiva, la ciudadanía europea se haga cargo de la sensatez y del futuro, que Europa representa en el progreso político y reflexivo por antonomasia. En Holanda se ha dado un buen paso en esa dirección.

Proposición del laicismo francés para su Constitución


Carlos Leiva Villagrán


Hace algunos días el sitio web francés Slate.fr solicitó a 100 investigadores redactar en forma sucinta algunas “proposiciones para Francia”  antes de la elección presidencial. Una de las personalidades consultadas, Catherine Kintzler, destacada filósofa del laicismo, propuso incorporar en la Constitución francesa tres principios inspirados en la Ley de Separación de las Iglesias y el Estado del 9 de diciembre de 1905, los que permitirían, según ella afirma, precisar el carácter laico e indivisible de la República.
Su propuesta está dirigida al siguiente párrafo del artículo 1° de la Constitución de 1958: “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Asegura la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley sin distinción de origen, raza o religión. Respeta todas las creencias. Su organización es descentralizada”.
Kintzler propone reemplazar la expresión “Respeta todas las creencias” por: “Asegura la libertad de conciencia. Garantiza el libre ejercicio de los cultos. No reconoce, remunera ni subvenciona ningún culto.”
El cambio propuesto tiene un trasfondo doctrinario significativo para el laicismo.
La República laica debe abstenerse absolutamente respecto de  las creencias o increencias de los ciudadanos. La expresión “Respeta todas las creencias”, en primer lugar, señala Kintzler, está sujeta a dificultades de comprensión, habida cuenta de la variedad infinita de creencias religiosas y no religiosas que alimenta el ser humano, muchísimas de las cuales son irrisorias, de falsedad demostrada, o aún peligrosas y bien pueden no merecer respeto alguno.
Pero también, consignar constitucionalmente el respeto de las creencias puede interpretarse como la exclusión del respeto a  increencias, tales como el agnosticismo o el ateísmo. Con todo, más allá de esto, hay un principio laico que debe primar: el poder público no tiene nada que decir acerca de la creencia o la increencia, puesto que las relaciones políticas de los ciudadanos no están fundadas más que en sí mismas, y de ninguna manera en la obligación de creer o no creer.  En materia de  creencias, entonces, es el silencio por principio el que debe inscribirse como fundamento de la organización política.
 A continuación,  Kintzler indica que la unión del silencio por principio respecto de las creencias, por una parte, con el respeto debido a las personas, por otra, se llama libertad de conciencia, concepto cuyo dominio tiene un campo bastante más amplio que el de las creencias, y que no se hace cargo del eventual absurdo que deriva de un respeto por el contenido de las mismas. Asegurar la libertad de conciencia, como señala el texto propuesto, es hacer que nadie sea obligado a adherir o a renegar. La libertad de conciencia comprende la libertad de ejercicio de los cultos religiosos, libertad religiosa que, siendo una consecuencia de ella,  no la agota. 
Por otra parte, garantizar el libre ejercicio de los cultos, también propuesto por Kintzler, no es reconocerlos, lo que sería quebrar el principio de silencio antes referido y otorgar a los cultos un status oficial. Esta garantía consiste en expresar la disposición de la República a intervenir, si fuera necesario, en contra de quien quisiera impedir ilegalmente su libre ejercicio. 
Por último, garantizar la libertad de cultos no es financiarlos de manera alguna, ya que todo financiamiento público sería una forma de reconocimiento, un quiebre de la igualdad y una ruptura del silencio que debe guardar la ley sobre lo que no le incumbe.