lunes, 8 de junio de 2009
LA LIBERTAD FUNDAMENTAL: LA LIBERTAD PARA PENSAR (Y LA SOCIEDAD A LA QUE ASPIRAMOS).
Por Hernán Saavedra A., Centro Cultural y Social SEAMOS MÁS.
A pesar del bombardeo alienante de la sociedad en que vivimos - una maraña de estímulos y obligaciones que no nos permite centrar las energías y la atención en lo trascendente - todos nosotros, en mayor o menor grado, pensamos, al menos de vez en cuando, en porqué y para qué estamos aquí, en cuál es el sentido de nuestras vidas.
Sin embargo, la maraña de estímulos y obligaciones (auto-) impuestas por el tipo de sociedad en que nacemos, crecemos, estudiamos, amamos y odiamos y, obligadamente, trabajamos para poder sobrevivir nos va despojando, tempranamente y muchas veces sin que tengamos ninguna conciencia de ello, de lo más divino y valioso de nuestro ser esencial: la libertad.
Y cuáles son las distinciones que debemos tener al hablar de libertad: ¿libertad de actuar, libertad para hacer?... Lo que se nos antoje, ¡Pero con una limitante fundamental, los derechos y la propia libertad de los demás!, la libertad de desplazamiento, la libertad sexual, la libertad de acceso al conocimiento y a la información, la libertad para desarrollarse, la libertad para emprender, la libertad para asociarse, la libertad de expresión… Como podemos ver, son muchas libertades, y todas ellas derivan de una fundamental y creadora: la libertad de pensar.
Hagamos uso de esa libertad, aquí y ahora, y pensemos sobre esa misma y teórica libertad para pensar que todos creemos tener.
Pensemos, pero pensemos seria y crítica y objetivamente - y teniendo en consideración que todo nuestro entramado neuronal, aquel que nos permite cognitivamente aprender de y aprehender a través de nuestros sentidos el mundo que nos rodea, se crea y genera, básicamente, antes de los 7 u 8 años de edad -: ¿Creen Uds. que una educación (escolar y familiar) que nos concientiza y dogmatiza tempranamente, y no me refiero sólo a los aspectos religiosos y políticos, sino y principalmente, a los modelos conductuales que absorbemos inconcientemente, nos permite cultivar, poseer o siquiera aspirar a una verdadera libertad en el, o para, pensar?
Dado que la generación de circuitos neuronales, que son los que nos permiten abstraer y pensar, es un proceso con dirección unívoca y en la práctica irreversible, y son, precisamente, esos circuitos los que determinan los rangos y marcos dentro de los que podrá moverse nuestra razón, en resumen, los que darán mayores o menores grados de libertad a lo que llamamos nuestro libre albedrío, yo pienso que la respuesta es negativa.
Yo creo que no, que nuestra libertad para pensar se mueve dentro de invisibles pero a la vez sólidos muros impuestos en nuestro entramado neurológico por la educación, la crianza y finalmente dentro de límites impuestos por nuestros genes. Creo y afirmo que todo lo anterior coarta y a veces amputa irreparablemente esa libertad básica y fundamental y que yo califico simbólicamente como divina: la creadora, alada e infinita, libertad de pensar.
Una vez aceptado lo anterior, el hilo conductor entre la libertad de pensar y la libertad de actuar conforme a ese “pensar” (que es, en la práctica, un pensar integrativo con la emocionalidad, dado que siempre actuamos producto de una combinación de la razón con las sensaciones y las emociones) y el concepto de libertad de conciencia es directo. El derecho de cada uno de nosotros a actuar conforme a los dictados de nuestra conciencia es una derivada directa de la libertad de pensar.
También aparece, en consecuencia y en forma directa, la absoluta necesidad de que esa conciencia individual contenga el concepto de “deberse al colectivo”, dado que si eso no ocurre, pueden, en nombre de la libertad de conciencia individual, cometerse atropellos al resto de la sociedad. Ese concepto es el de Bien Común.
Y en directa relación a lo anterior, aparece también la necesidad de que esa conciencia individual, la de cada uno de nosotros, esté altamente desarrollada, para que sus dictados no sean de corto alcance ni miopes.
Vemos entonces como empiezan a aparecer conceptos como el estudio, conocimiento y práctica de los valores y las virtudes en el plano personal, y también el concepto del civismo, que viene a ser la ampliación de lo anterior al plano de la vida en sociedad, del individuo -inmerso y como parte activa- en un colectivo.
Libertad de pensamiento, libertad de conciencia, conciencia desarrollada pero en libertad e independencia, valores y virtudes, civismo, deberes con el colectivo, bien común son algunas claves fundamentales para la sociedad que muchos debiéramos querer construir para nuestros hijos y nietos, para la humanidad del futuro.
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Fuente: Los Pelolaicos, la tribu urbana que faltaba
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