(Publicado en www.iniciativalaicista.cl)
“¡Todo es igual!
¡Nada
es mejor!
¡Lo
mismo un burro que un gran profesor!”
Cambalache.
Tango. E. Santos Discépolo, 1934
En diciembre de 2015, la Sra. Fiona Kirby, apoyada por el
grupo irlandés “Reacciones y Efectos Severamente Traumáticos Producidos por
Gardasil”, alegó que su hija y otras 140 niñas habían sufrido efectos adversos
“horrendos” producidos por esa vacuna. Entre estos efectos supuestos se
contaban desde desmayos a convulsiones. El grupo intentó obtener una
orden de la Corte Suprema de Irlanda para retirar el Gardasil del Mercado. Aun
cuando la orden fue rechazada, el grupo ha seguido insistiendo en su discurso y
ha obtenido un apoyo considerable de los medios de comunicación. Todo esto a
pesar de que la evidencia científica que contradice sus afirmaciones es
abrumadora.
Suena muy parecido a la situación chilena actual, en la que
asistimos a recursos de protección con bases y “fundamentos” similares, que han
sido presentados por personas diferentes en 10 cortes de apelaciones del país.
Los textos de los recursos han sido producidos por el grupo “No al Gardasil”,
apoyado por la Diputada Cristina Girardi. Suma y sigue, la Diputada ya había
logrado atención haciendo que el parlamento aprobara ¡por unanimidad! una ley
prohibiendo un desinfectante usado en las vacunas desde 1932, so pretexto de
que podría provocar Autismo.
A la fecha, las cortes que han resuelto sobre los recursos
presentados, los han rechazado y es probable que lo mismo haga la Corte Suprema
con las apelaciones presentadas. Sin embargo, el daño está hecho. La información
de prensa ha logrado esparcir la confusión. La sensibilidad de los medios hacia
las preocupaciones ciudadanas es encomiable, pero suspender todas las
facultades criticas del periodismo para privilegiar una “polémica” en igualdad
de trato mediático entre un científico serio y un ama de casa mal informada por
supuestas verdades esparcidas en redes sociales es francamente irresponsable.
Los embates contra la vacuna contra infecciones producidas
por Virus del Papiloma Humano (VPH) resultan de varios factores, estudiados a
la fecha en muchas partes del mundo. Por una parte, se trata de una vacuna para
prevenir cánceres y otras enfermedades que se transmiten a través de relaciones
sexuales. Como la mayor efectividad de la vacuna se logra cuando se administra
a niñas que no han iniciado su vida sexual activa, a los padres les resulta
chocante el uso de una vacuna que las protege de infecciones de ese tipo en su
niñez, en su “inocencia”. Incluso llegan a pensar que al vacunarlas tendrán una
especie de patente que les inducirá a iniciar la vida sexual antes de tiempo.
Nada más lejos de la verdad, se ha comprobado que las niñas vacunadas y
educadas respecto a la vacuna y las enfermedades que previene, a futuro se
comportan más responsablemente en el ejercicio de su sexualidad a futuro.
Por otra parte, la latencia de años entre la infección y el
cáncer, hace difícil que las personas se convenzan acerca de su efectividad, ya
que en el resto de las vacunas los resultados en términos de disminuciones de
mortalidad por la enfermedad a prevenir se veían muy rápido. Para confiar en
esta vacuna se requiere de un grado de alfabetización científica al que la
discusión ramplona a que asistimos no contribuye en absoluto.
Entender que la vacuna previene las lesiones del cuello del
Útero que tienen un potencial demostrado de transformarse en cáncer con el
curso de los años, requiere de una educación que sería perfectamente posible si
un periodismo serio colaborase con este esfuerzo. Por alguna extraña razón,
muchas mujeres permiten una cirugía mutilante de su Útero cuando les son
detectadas las mismas lesiones en un PAP, pero algunas se resisten a aceptar
una vacuna que las evitará en gran medida. Es más, entre los argumentos
entregados a las cortes para fundamentar los recursos anti VPH, se señala que
la vacuna no sería necesaria ya que existe el PAP.
Además, los tiempos que vivimos son propicios a la aparición
de teorías conspirativas, de acuerdo a las cuales oscuros intereses económicos
de grandes corporaciones, digitarían cual títeres a una cadena de actores que
van desde los organismos internacionales encargados de recomendar
intervenciones probadamente efectivas (como las vacunas), hasta los médicos y
otros profesionales que somos su brazo armado, los encargados de convencer a
los incautos acerca de las bondades de productos que solo existen en el mercado
para ser vendidos e incrementar las ganancias y el poder de los conspiradores
centrales.
Finalmente, está el tema de la seguridad de la vacuna. Se
argumenta acerca de incontables efectos secundarios de la misma, sin prestar
atención alguna a la estadística. Un argumento simple al respecto: Si vacunamos
a 100.000 niñas y las observamos por un año, algunas de ellas, por razones que
no tienen nada que ver con el hecho de haber sido vacunadas, presentaran
enfermedades en el curso de ese periodo.
Acusar a la vacuna de ser la causa de lo que ocurrió en las
cercanías a la fecha de su administración es simplemente actuar en el nivel más
elemental del conocimiento científico. Lo que la Ciencia nos enseña es que para
probar una relación causal hay que diseñar algún tipo de estudio comparativo,
como por ejemplo comparar a vacunadas y a no vacunadas para ver si el supuesto
efecto ocurre más frecuentemente en el primer grupo respecto al segundo.
En suma, la judicialización a la que asistimos es el
resultado de una falla brutal de nuestra capacidad de actuar responsablemente
cuando se trata de programas de salud que han demostrado ser uno de los avances
más grandes de la humanidad en la conquista de mejores condiciones de salud y
bienestar. Afortunadamente, hasta ahora, contamos con un poder judicial capaz
de actuar con independencia y sobre la base de la razón y el derecho.
Este poder, sin embargo, no es capaz de reemplazar a otros
actores sociales que, lamentablemente, han fallado evidentemente y se han
dejado llevar por intereses y formas de medir su éxito que pueden terminar
logrando aquello que declaran no querer, el fracaso de una vacuna destinada a
disminuir el drama de la muerte de cientos de mujeres en edad activa a causa de
una enfermedad que es evitable en gran medida.
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