Se cuenta que al científico Niels Bohr, galardonado con el
Premio Nobel, le preguntaron una vez para que servía la nueva visión de la
física que proponía. Y que respondió: “¿Y para qué sirven los recién
nacidos?”. El sentido de esta analogía parece ser el siguiente: un
ser humano, cuando recién nace, es un sujeto inútil, débil, no funcional, pero
que conlleva en su interior una enorme potencia para llegar a ser con el tiempo
una creatura muy poderosa e importante. Así también, entonces, el nuevo
paradigma de la ciencia física, aunque al principio no se le viera su utilidad,
poseía en germen la capacidad de llegar a ser una gran contribución al
conocimiento de la naturaleza.
Hay cosas cuya utilidad no se
ve inmediatamente; son rentables, entonces, a largo plazo.
En nuestra sociedad del
rendimiento, sin embargo, las cosas que valen son las que muestran una
inmediata utilidad. ¿Sirve o no sirve esto ahora?, es la pregunta del
momento. A esta actitud interrogativa ante nuestras ideas, discursos y
acciones, la podemos llamar “la visión servicial” de las cosas. Es el
triunfo del valor de la eficacia, entendida ésta como lo que demanda el
mercado. Todo tiene que servir ya, todo tiene que ser
útil a corto plazo… o no vale nada.
Esta visión servicial se ha
extendido también al ámbito educativo. Los estudios tienen que ser
rentables laboralmente o se convierten en pérdidas de tiempo injustificables.
La curiosidad intelectual o el afán de conocer no bastan para legitimar los
años y los gastos invertidos en cualquier esfuerzo académico. Las carreras
universitarias provechosas son las que atienden a las exigencias de las
empresas. La educación humanista --o sea, no directamente
instrumental-- parece ya no servir.
El académico italiano Nuccio Ordine llama a esta visión
servicial “la lógica del beneficio” y dice que está corroyendo por su base las
instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios,
museos, bibliotecas, archivos) y las disciplinas (humanísticas y cientificas)
cuyo valor corresponde al saber en sí ajeno a finalidades utilitarias e
independiente de la capacidad de producir ganancias inmediatas o beneficios
prácticos a corto plazo.
En su cautivador manifiesto La
utilidad de lo inútil, Ordine señala que lo que trae beneficios
para el espíritu se califica actualmente como inútil porque no trae provechos
económicos inmediatos. Por ejemplo, el interés por saber e indagar sin
objetivo inmediato práctico, sino en vista de adquirir conocimientos para
perfeccionarnos como personas. Escribe: “Existen saberes que son fines
por sí mismos y que --precisamente por su naturaleza gratuita y
desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial-- pueden
ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el
desarrollo civil y cultural de la humanidad”. A su juicio, esto aparentemente
inútil tiene en verdad la enorme utilidad de ayudarnos a ser mejores seres
humanos.
En el contexto del paradigma
economicista dominante --que privilegia tan solo la producción y el
consumo, despreciando todo lo que no sirve a la lógica utilitarista del
mercado--, la educación parece olvidar su propósito de “cultivar la
humanidad” (la noción es de Martha Nussbaum) y se dirige más bien a la
formación de sujetos laborales aptos. Este es, sin duda, uno de los
motivos (y no el menor) que guían los intentos, cada cierto tiempo en nuestro
país, por quitar la asignatura del filosofía del currículo escolar de enseñanza
media.
Sostiene Ordine: “En este
brutal contexto, la utilidad de los saberes inútiles se contrapone radicalmente
a la utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata
de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las
lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte,
el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad
humana”.
Invitando a pensar en torno al
hecho de que hoy, precisamente en momentos de crisis, tenemos más
necesidad que nunca de aquellos conocimientos inútiles que nutren el espíritu,
que invitan al amor por el bien común, al respeto del otro, a la solidaridad, a
la paz y, sobre todo, a luchar contra la corrupción del dinero y el poder,
Ordine convoca en su manifiesto a un vasto conjunto de filósofos y escritores
de los que cita textos e ideas.
Su ensayo se divide en tres
partes: la primera, dedicada al tema de la útil inutilidad de la literatura; la
segunda, consagrada a los desastrosos efectos provocados por la lógica del
beneficio en el ámbito de la enseñanza, la investigación y las actividades
culturales en general; y la tercera, ocupada por la voz de algunos clásicos
que, en el curso de los siglos, han mostrado la carga ilusoria de la posesión y
sus implicaciones devastadoras sobre la dignitas hominis, el amor
y la verdad.
Leer estas páginas ayuda a
tomar real conciencia de que el cultivo y la enseñanza de la filosofía, la
literatura, la ciencia, los saberes clásicos y las disciplinas artísticas
constituyen --al decir de Ordine-- “el líquido amniótico
ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad,
igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden
experimentar un vigoroso desarrollo”.
LA
UTILIDAD DE LO INÚTIL, de Nuccio Ordine. Acantilado,
Barcelona, 2014.