Sebastián Jans
Hace
500 años, la tradición dice que Lutero clavó sus 95 tesis en las puertas de la
iglesia de Wittenberg, el 31 de octubre de 1517, en las que condenaba la
avaricia y el paganismo de las jerarquías de la Iglesia Católica, a partir de
la venta de la indulgencias. Impresas sus tesis con aquel nuevo portento
tecnológico que era la imprenta, rápidamente se divulgaron estas por Alemania,
entre los pocos que sabían leer. En dos semanas ya había llegado el texto
impreso a todos los conventos y monasterios, y a la nobleza de ese país, y en
dos meses a distintos lugares de Europa.
La
imprenta se convertía así en un vehículo que permitía por primera vez la
difusión de manera tan acelerada de un texto, que además contenía una idea
divergente. Así, la tecnología y la discrepancia teológica de Lutero,
convergieron para desatar uno de los procesos históricos más determinantes en
la liberación de las conciencias del mundo occidental.
Ciertamente,
Martín Lutero puede ser objeto hoy de distintas visiones críticas, sobre su personalidad
y su pensamiento. Sin embargo, el efecto que tendrá su discrepancia con las
prácticas religiosas sostenidas por el papismo, desencadenará procesos que
cambiaron radicalmente no solo la percepción sobre el hecho religioso, sino
sobre la libertad y la política.
La
Reforma que promueve embrionariamente Lutero será un gran salto que ayuda a
sacar a la civilización occidental de la Edad Media. Bajo una nueva comprensión
teológica, se abren las compuertas de la revisión de las ideas sostenidas por
la hegemonía papista, y los centros del pensamiento de ese tiempo, generalmente
institutos religiosos, abren debate sobre aquellas cuestiones que hasta
entonces eran imposibles de revisar o debatir.
Ello
traerá distintos cambios políticos y la desobediencia contra la hegemonía
católico-absolutista, lo que ya el Renacimiento estaba proponiendo
simultáneamente, en rechazo al teocentrismo predominante por varios siglos.
Unida
al Renacimiento, la Reforma Protestante que parte con las tesis de Lutero,
provocarán un cambio radical en el pensamiento y la espiritualidad occidental.
No fue un proceso fácil. Muchas de las confrontaciones teológicas, como siempre
ocurre, adquirieron una cruenta expresión política, y pronto ocurrieron luchas
de poder que llevaron a la guerra, sembrando de cadáveres los territorios
europeos.
La
Reforma, asimismo, adquirió distintas variables teológicas que aumentaron la
complejidad religiosa, pero también política. Los factores de poder, devenidos
de la opción religiosa, donde los religiosos protestantes - como lo han hecho
históricamente los episcopados católicos -, también buscaron secularmente el
poder político para establecer su hegemonía, cuestión que será determinante en
todas las confrontaciones internas o entre naciones, ocurridas en Europa hasta
fines del siglo XVIII.
Sin
embargo, en otra perspectiva, la Reforma abrió los espacios para un gran cambio
en el pensamiento. Pensadores protestantes serán los que iluminarán el progreso
europeo, al punto que, así como la paz de Westfalia al término de la Guerra de
los 30 años, establecerán los fundamentos y el derecho a la libertad de
conciencia.
Fueron
miembros de la Reforma - hombres como Miguel de Servet; el anglicano John
Locke; el pietista Inmanuel Kant; el luterano Friedrich Schelling; Friedrich
Hegel, formado en la elite del seminario protestante de Tubinga; el calvinista
Johannes Althusius, o el hugonote Jean-Jacques Rousseau -, los
que enunciaron un nuevo tiempo para la Humanidad, donde la libertad de
conciencia posibilitó el desarrollo de las libertades políticas, de la ciencia,
y los conceptos de igualdad ante el poder político, defenestrando las
constantes del Absolutismo.
En
las postrimerías de ese periodo, entendido como la era de la Modernidad, la
Independencia de Estados Unidos expresará de un modo sobresaliente aquello que
será definido como Estado laico, es decir, un Estado despojado del determinismo
religioso.
El
emergente Estados Unidos expresará el mejor aporte de los protestantes a la
construcción de un Estado, donde la religión debía mantenerse en los ámbitos de
los derechos de conciencia de cada cual, lejos del poder político. Los Padres
Fundadores de EE.UU. no pretendieron mantener al Estado protegido de las
religiones, sino, por el contrario, buscaron proteger a su religión del Estado.
Constatando que las interpretaciones y las variables del protestantismo eran diversas
dentro de las 13 colonias emancipadas de Inglaterra, temieron que una
interpretación religiosa hegemonizara el Estado, afectando a las otras
interpretaciones o corrientes religiosas (cuáqueros, presbiterianos,
calvinistas, puritanos, bautista, metodistas, etc.).
Hombres
como Roger Williams, Thomas Jefferson y James Madison, tendrán la genialidad de
equidistar su opción religiosa respecto del poder del Estado, el cual debía
garantizar, en la abstinencia de cualquier opcionalidad religiosa, la igualdad
de trato hacia todas las confesiones, garantizando su derecho a reunirse y
practicar su credo. Esto quedará específicamente señalado en la Primera
Enmienda de la Constitución: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley con
respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de
la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a
la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una
compensación de agravios”.
Hoy,
muchos de los grandes aportes de la Reforma a la Humanidad, son ignorados por
corrientes religiosas que se identifican como protestantes, las que buscan
afanosamente el poder político para repetir los propósitos de los reformistas
de la primera etapa, en medio del acoso del papismo. Así, existen nuevas
opciones religiosas que se definen como protestantes, que carecen de la
comprensión y el conocimiento de la historia más brillante del protestantismo,
y se refugian en las exacerbaciones teológicas o en aspiraciones de hegemonía.
Anhelan penetrar en el poder político y ponerlo al servicio de su
interpretación de la fe.
Puestos
los 500 años de la Reforma impulsada por Lutero en perspectiva, es importante
que las tradiciones protestantes recuperen la fuerza de su esplendoroso aporte
a la libertad de conciencia y a los derechos del Hombre, contra las viejas
prácticas arcaicas ambiciosamente hegemónicas, que ahora se renuevan bajo
denominaciones donde poco importan las enseñanzas de la historia, y donde la
cercanía del poder político seduce obsesivamente. Lo vemos claramente en el
neopentecostalismo que crece en muchos países.
Tal
vez sería necesario que esas expresiones recabaran en un pronunciamiento de la
Iglesia Presbiteriana de EE.UU, de 1789 que señalara: “Los magistrados civiles
(autoridades políticas) no deben tomar para sí la administración de la Palabra
y los sacramentos, ni el poder de las Llaves del Reino de los Cielos, ni se
entrometerán en lo más mínimo en asuntos de fe”.
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