Los debates recientes por la libertad de
conciencia, en España y Uruguay, principalmente, pero no menos significativos
en Turquía, India, México y Perú, han evidenciado la trascendencia que adquiere
para la convivencia y el respeto a la diversidad, lo que, en la tradición
latina, llamamos “laicidad”. En la tradición inglesa, en tanto, tiende a
hablarse de “secularismo”.
Es significativo que ambos conceptos, en
sus variables culturales y lingüísticas, vienen en señalar con claridad lo que
sustantiva y adjetivamente expresan, para la solución de conflictos políticos
sustentados en ideas religiosas.
Sin embargo, no faltan los que se
interesarían en que no haya claridad conceptual. Hace ya algunos años,
personeros religiosos católicos y sus exponentes confesionalistas, han tratado
de generar una confusión, a partir de apreciaciones tendenciosas de los
conceptos “laicidad” y “laicismo”.
En el caso de laicismo, la definición de
la RAE, indica las siguientes acepciones: independencia del individuo o de la
sociedad, y más particularmente del Estado respecto de cualquier organización o
confesión religiosa; y, luego, condición de laico. En el mismo contexto,
expresa que laico, es un adjetivo, que se usa también como sustantivo que
indica aquello que no tiene órdenes clericales, o que es independiente de
cualquier organización o confesión religiosa.
Ciertamente, la RAE está en deuda
respecto del vocablo “laicidad”, que tiene la particularidad de ser usado a
veces como adjetivo pero que es, en propiedad, si aplicamos la regla
lingüística española de las palabras
terminadas en el sufijo “dad”, un sustantivo abstracto que indica una cualidad,
a partir de un adjetivo (en este caso “laico”).
Hace poco nos han referenciado a nuestro blog,
una columna de opinión de un conspicuo personaje español, donde afirma con
desparpajo tendencioso o garrafal desconocimiento, que no existe consenso
académico ni jurídico ni lexicográfico de su significado último, diciendo que
se entendería que “laicidad” se refiere al Estado laico, neutral o
aconfesional, y que laicismo se refiere a un Estado hostil y anticlerical.
Tanto disparate, repetido antes, también
por personajes religiosos católicos, no se condice con lo que académicamente se
está produciendo en el mundo de las lenguas de raíz latina en torno a esos
conceptos, y lo que los usos lingüísticos han hecho prevalecer en la acción
comunicativa cotidiana.
De hecho, instancias gubernamentales
tienen definiciones específicas que son necesarias de tener en cuenta antes de
caer en apreciaciones que evidencian el desparpajo de la ignorancia. Por
ejemplo, en la página web gouvenmement.fr es posible tener una clara indicación
de lo que es la laicidad.
“La laicidad – indica - descansa en tres principios:
la libertad de conciencia y libertad de culto, la separación entre
instituciones públicas y organizaciones religiosas, y la igualdad de todos
frente a la ley, sin consideración de sus creencias o convicciones. La laicidad garantiza a los
creyentes y no-creyentes, el mismo derecho a la libertad de expresión de sus
convicciones. Asegura tanto el derecho a cambiar de religión como el de abrazar
una religión. Garantiza el libre ejercicio de cultos y libertad de religión, y
también la libertad con respecto a la religión: a nadie se le puede obligar por
ley a respetar los dogmas o prescripciones religiosas”.
Eso por cierto, solo incomoda y perturba la
comprensión a quienes se desandan con la diversidad, y cuando sienten amenazada
su hegemonía. Eso explica las confusiones premeditadas.
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