Investigador de la Universidad de Coímbra (Portugal).
Hace años, durante la audiencia
general del 28 de julio de 1999, Juan Pablo II, por entonces máxima autoridad
de la Iglesia católica, afirmó públicamente que el sheol [1] que
se menciona en el Antiguo Testamento no era, teológicamente hablando, un lugar
físico o material con una ubicación geoespacial concreta (las entrañas de la
tierra), sino una condición espiritual particular del ser humano: “La situación en que se sitúa definitivamente
quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su
vida” [2].
Con estas declaraciones, que
descartaban la escatología medieval del infierno como un lugar lleno de fuego y
poblado de almas ardiendo en un escenario de sufrimiento y desesperación, tal y
como aparece emblemáticamente representado en la Divina Comedia de Dante,
Juan Pablo II dio un giro significativo a la concepción clásica del catolicismo
sobre el infierno.
Aquella labor de ajuste teológico y
dogmático del más allá no conectaba, sin embargo, con la sensibilidad de todos
los miembros de la jerarquía católica. Contradiciendo a su predecesor, en marzo
de 2007, durante una misa oficiada en la parroquia romana de Santa Felicidad e
Hijos, Mártires, Benedicto XVI resucitó el planteamiento amenazante del
infierno al declarar solemnemente que en la actualidad muchas personas se han
olvidado de que si no “admiten la culpa y la promesa de no volver a pecar” corren el riesgo de sufrir una “condena
eterna, el Infierno”; un infierno, añadió, “del que se habla poco en este
tiempo” y que “existe y es eterno para quienes cierran su corazón al amor de
Dios” [3].
No cabe duda de que históricamente el
destino de lesbianas, gays, bisexuales (LGTB) y transexuales ha sido amargo:
enviadas a la prisión como delincuentes, al psiquiátrico como enfermos mentales
o al infierno como pecadores. No obstante, con el tiempo, esta situación ha ido
cambiando. Hoy en día, en muchos países del mundo las personas LGTB ya no van a
la prisión ni al psiquiátrico, aunque todavía no han conseguido liberarse de
las llamas del infierno.
Lo hemos vuelto a ver y a escuchar
recientemente. En su homilía del pasado Viernes Santo, retransmitida en directo
por la televisión pública, el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig
Pla, quiso dirigirse a “todas aquellas personas que hoy, llevadas por tantas
ideologías, acaban por no orientar bien lo que es la sexualidad humana, piensan
ya desde niños que tienen atracción hacia las parejas del mismo sexo, y a veces
para comprobarlo se corrompen y se prostituyen. O van a clubs de hombres”, para
decirles, de manera tajante, cruel e inmisericorde, que seguro que “encuentran
el infierno”.
Sin duda, Benedicto XVI y Reig Pla
están alienados en la misma dirección teológica conservadora, reaccionaria e
insolidaria que resucita la doctrina del infierno religioso como castigo y
amenaza, una de las ideas más temibles y hábilmente administradas que durante
siglos sirvió para aterrorizar a la humanidad, creando innumerables pesadillas
y perturbaciones. Por si fuera poco, las declaraciones del obispo Reig no se
limitan al lenguaje de la amenaza, sino que además vinculan de manera
inaceptable y torticera la homosexualidad con la prostitución, además de
relacionarla con determinadas “ideologías” que desorientan y corrompen a las
personas.
Me temo, señor Reig Pla, que afortunadamente
usted y yo no compartimos la misma idea y visión del infierno. Déjeme decirle a
usted, y todos los que piensan como usted, que el infierno de gays, lesbianas,
bisexuales y transexuales no es un infierno de azufre y llamaradas de fuego,
como al que usted envía y condena a las personas LGTB por su condición sexual y
afectiva.
Desgraciadamente, el infierno de
muchos gays, lesbianas, bisexuales y transexuales consiste, entre otras
situaciones que podrían recordarse, en la persecución diaria que sufren
alrededor del mundo; en la marginación, los encarcelamientos, las torturas y
los asesinatos extrajudiciales cometidos contra ellos; en el olvido flagrante
de sus derechos humanos; consiste en la complicidad y el silencio de quienes
callan o miran para otro lado; en los chistes populares e insultos que degradan
y humillan; en el acoso escolar que tantos jóvenes LGTB sufren cotidianamente
en nuestras escuelas e institutos; en la hipocresía de la Iglesia católica, una
institución auténtica y estrictamente homosexual [4] que impide el
sacerdocio a mujeres y homosexuales “en activo”, como ustedes dicen, pero que
no tiene reparos, entre otras tropelías conocidas, en encubrir y dar cobijo a
auténticos depredadores y abusadores sexuales que en ocasiones se esconden tras
las sotanas.
Yo no sé, señor Reig Pla, si usted es
homosexual o no, o si alguna vez se ha visto arrojado a alguno de los infiernos
cotidianos y reales que he señalado. Tal vez le convendría descender del altar
y pasar una temporada en alguno de ellos. Estos infiernos aluden una realidad
social y a una forma de violencia muy específica, aunque para referirse a ella
haya distintos nombres: homofobia [5], armario, discriminación,
patriarcado heterosexista, heteronormatividad, entre otros. ¿Le suenan de algo?
La Iglesia católica es una de las principales
instituciones internacionales generadoras de homofobia y, por tanto,
corresponsable de la persistencia de la misma. Le animo, señor Reig Pla, a que
se aleje de ese infierno amenazante y castigador del que usted tanto sabe y
luche, como tantos cristianos y cristianas de buena fe, por acabar con el
infierno de la homofobia, la discriminación social y el machismo que usted y la
institución a la que usted pertenece reproducen y promueven con total
impunidad.
Me temo que es como pedir peras al olmo. Al
menos demuestre tener un mínimo de sensibilidad y atrévase a pedir perdón de
forma pública (¿quizá en televisión?). Probablemente también sea pedir mucho.
En cualquier caso, y sea como sea, espero y deseo ardientemente no
encontrarlo nunca en el infierno.
Notas
[1] La Biblia describe
el sheol como un lugar de tinieblas, un abismo, foso o morada
subterránea donde los espíritus malvados reciben su castigo.
[2] Juan Pablo II, “El
infierno como rechazo definitivo de Dios”, audiencia del miércoles 28 de julio
de 1999.
[3] Homilía de Benedicto XVI del 25 de
marzo de 2007 en su visita pastoral a la parroquia de Santa Felicidad e Hijos
Mártires.
[4] “Homosexual”, etimológicamente,
significa del mismo sexo. La Iglesia es una institución en la que la estructura
jerárquica y las funciones litúrgicas están reservadas y controladas
exclusivamente por varones sacerdotes o futuros sacerdotes que pasan juntos
buena parte de su tiempo y formación, compartiendo una disciplina y un
particular estilo de vida (celibato, abstinencia sexual, etc.) que crea un
ambiente propicio para que personas del mismo sexo se conozcan y entren en
contacto.
[5] Por “homofobia”
entiendo un fenómeno social y cultural que consiste en un conjunto persistente
de actitudes y sentimientos irracionales de rechazo, miedo psicológico y
social, hostilidad, vergüenza, intolerancia, odio y desprecio, entre otras
percepciones negativas, de las personas homosexuales por el mero hecho de
serlo. La homofobia, al igual que el racismo, el machismo o el clasismo social,
se expresa a través de discursos, prácticas y relaciones sociales de opresión y
dominación de unos grupos sobre otros. Estas relaciones, que pueden ir desde la
violencia física hasta la violencia simbólica —humillación verbal,
discriminación legal o ausencia de reconocimiento social, entre otras formas—,
limitan la capacidad de las personas afectadas para desarrollar y expresar en
contextos públicos determinados sentimientos, experiencias y pensamientos,
habilidad necesaria para un autodesarrollo psicosocial satisfactorio. Su
objetivo último, por tanto, es inferiorizar, anular socialmente y destrozar
psicológica —e incluso físicamente— a quienes las sufren. Véase Aguiló, A. J.,
(2009), “Pensamiento abismal, diferenciación sexual desigual y homofobia
eclesial”, Nómadas. Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas, nº
23, págs. 5-26.
FUENTE: “Europa Laica”. Publicado
el lunes, 16 de abril de 2012.
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