Marcela Sandoval Osorio
“Una
constitución es una decisión fundamental sobre la identidad y forma de
existencia de una unidad
política, es decir, la que hace posible
que una comunidad política sea un agente político”. (Fernando Atria.
que una comunidad política sea un agente político”. (Fernando Atria.
“La Constitución tramposa”. 2013)
Recientemente en un foro sobre “nueva
Constitución” una persona del público
preguntaba cómo explicar la importancia de este debate a quienes sus
rutinas cotidianas los dejan fuera de conversaciones como ésta. En el fondo se
preguntaba cómo hacer que este tema, aparentemente crucial en la vida de un
país, llegara también al diario vivir.
Las respuestas pueden ser variadas
respecto al cómo, es decir, a las estrategias que se pueden promover para
acercar este debate, sin embargo, hay un argumento poderoso que debiera primar:
la Constitución actual tiene reglas que impiden el goce de nuestros derechos
humanos y ese solo hecho impacta el diario vivir. Ejemplos pueden ser variados;
desde cuestiones como la desprotección en la seguridad social a demandas más
complejas como el no reconocimiento de grupos discriminados.
A pesar de las reformas realizadas desde
los 90` en adelante, que han corregido cuestiones muy relevantes como el
reconocimiento de la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, la
Constitución de 1980 es un texto normativo que contiene trabas para el
ejercicio democrático.
Recién este año se ha logrado cambiar el
sistema electoral binominal por uno proporcional inclusivo, con el que se
aspira a fortalecer la representatividad del Congreso Nacional. Por décadas
hemos presenciado un debate político situado en dos grandes conglomerados y
cuyos consensos han establecido para el país un estancamiento en aquellos temas
que pueden poner en disputa los principios que fundan la Constitución de 1980.
Hay temas que tienen que ver con la
concepción misma de un Estado laico sobre los que no se ha avanzado. La
resistencia es evidente. Es un terreno que pone en disputa ideas sobre qué tipo
de Estado es el que quieren distintos sectores del país para el Chile de hoy y
su futuro cercano.
En la revisión que hace Bernardo
Subercaseaux en su “Historia de las ideas
y de la cultura chilena” esta tesis se confirma absolutamente; los grupos
poderosos han sido quienes han resguardado el “orden social” bajo consensos que
no necesariamente han interpretado las demandas del pueblo.
Por momentos de nuestra historia el
pueblo ha emergido como un actor relevante que pone en cuestionamiento a
quienes gobiernan. Esto es cíclico. La ciudadanía se organiza, demanda y el
Estado reacciona.
En efecto, quienes gobiernan generan
mecanismos para resguardar el Estado de derecho, sin embargo hay un rasgo que
se ha ido revelando con fuerza en el último tiempo: el déficit democrático que
tiene una raíz profunda en las distintas fuentes de desigualdad. Precisamente
la desigualdad y el déficit democrático son dos temas clave que se desprenden
de la Constitución del 80`, de sus intentos por reformarla y de los consensos
con los que hemos convivido post dictadura.
Proceso
constituyente
Durante décadas hemos convivido con una
democracia restringida, no solo por sus reglas, también por las prácticas
políticas que han perpetuado un modelo donde unos pocos detentan el poder
político y económico y definen el carácter de la convivencia democrática.
La discusión actual sobre un cambio
constitucional es lo suficientemente mayoritaria como para eludirla a nivel
institucional. La Presidenta Michelle Bachelet ha señalado que el proceso
constituyente, que se iniciaría en septiembre, debe ser institucional,
democrático y participativo. Sin embargo no se ha definido aún el mecanismo ni
la ruta de dicho proceso.
Lo que hay en común en varias
iniciativas ciudadanas y de movimientos políticos sobre un cambio
constitucional, es la aspiración por una “república democrática y
representativa” y donde los cambios vengan efectivamente de procesos
participativos.
En este contexto se ha venido
construyendo en el espacio público una idea genérica acerca de una forma
distinta de concebir el Estado y sus reglas; una forma que emane verdaderamente
de la voluntad del pueblo soberano, pero sobre todo una forma que se sustente
en principios muy distintos de los que se fundamenta la actual Constitución,
por ejemplo, en el principio de igualdad y no discriminación.
Un plebiscito debiera ser convocado para
que los y las ciudadanas decidan cuál es el mecanismo que les parece más
adecuado para elaborar el texto constitucional. Dado el carácter plural de su
conformación, una Asamblea Nacional Constituyente puede dar garantías de que
una ciudadanía diversa participe y se pronuncie sobre los contenidos de una
nueva Constitución; solo así podremos hablar
verdaderamente de un “proceso institucional, democrático y participativo”.
Nuevas reglas y Estado
laico
Así como la definición del mecanismo es
crucial en un proceso constituyente también lo es el debate respecto a los
contenidos. Una de las restricciones que ha tenido nuestra democracia es el
poder fáctico de las iglesias. Quizás llamar a Chile una “república
democrática” y no hablar directamente de un Estado laico ha dificultado avanzar
en el reconocimiento de derechos que ponen en jaque precisamente la visión de
determinadas creencias.
Ciertamente es un terreno en disputa la
igualdad de derechos para grupos históricamente discriminados como las mujeres
o las diversidades sexuales. Lo es actualmente la discusión por la
despenalización del aborto y futuramente lo será la aspiración por el
matrimonio igualitario. Estos temas que tensionan a sectores conservadores, no
pueden ser objeto de cerrojos por parte de un Estado que es laico en su
esencia. Superar estas disputas sin duda va más allá de la declaración expresa
de ser parte de un Estado laico, no obstante una definición constitucional
sobre Chile como “Estado laico y democrático” puede contribuir a despejar el
tipo de Estado al que aspiramos.
La profundización de la democracia en
nuestro país debe apuntar no solo a cambios institucionales, también al
fortalecimiento ciudadano. Hoy unos de los desafíos en la política pública es
sin duda la educación en derechos humanos y la formación ciudadana. La
democracia se fortalece si hay una ciudadanía que participa en las grandes
decisiones, es capaz de articularse y formular demandas para la protección de
sus derechos y libertades.
El derecho a voto es apenas una
expresión concreta de la ciudadanía, pero una de las expresiones más
contundentes del comportamiento democrático. La formación ciudadana debe poner
el acento en todas aquellas expresiones en las que la ciudadanía puede
expresarse y en ese plano el derecho a voto cobra aún más sentido.
Un Estado laico definido en la nueva
Constitución debiera contribuir a educar en valores democráticos como el
respeto por la diversidad. Este camino puede permitir a las nuevas generaciones
trabajar con la memoria del país y de esta manera ir rompiendo las trabas
simbólicas y estructurales que institucionalmente nos heredó la dictadura y que
nuestro sistema democrático aún no ha logrado derribar.
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