Katia Villalobos
El Premio Nobel de la Paz 2014, ha sido
conferido de manera compartida a Malala Yuosafzai, y al hindú Kailash Satyarthi, como un
reconocimiento significativo al derecho a la educación de los niños. Para el
comité encargado de definir el galardón de este año, a aquellos que han hecho
un significativo aporte a la paz, “es importante mencionar el punto de que un
hindú y una musulmana, un indio y una pakistaní, se unan en un esfuerzo común
por la educación y en contra del extremismo”.
Sin duda, el premio a Malala, está lleno de
simbolismos. El más importante, ella representa el ímpetu de las muchachas que
aspiran a jugar un rol en su sociedad, a través de la educación, rompiendo las
trabas que antiguas y anacrónicas concepciones religiosas buscan mantenerse a
través de la violencia, el extremismo y reclamaciones integristas y
fundamentalistas.
A sus 17 años, es la celebridad más joven en haber
recibido el Premio Nobel, desde que se estableciera este galardón, en sus
distintas categorías. El comité reconoció, pese a ello, la trayectoria en años
que Malala lleva defendiendo el derecho de las niñas a la educación, “mostrado
con su ejemplo que los niños y los jóvenes también pueden contribuir a mejorar
sus propias situaciones". "Lo ha hecho bajo las más peligrosas
circunstancias" y "mediante su lucha heroica se ha convertido en una
destacada portavoz de los derechos de las niñas a la educación".
Su lucha por la educación parte de un dato
doloroso: el intento de un grupo de talibanes en su país natal, Pakistán, de
asesinarla. Teniendo solo 11 años, comenzó a escribir contra la fatua de los
talibanes, en el valle del Swat, que prohibía a las niñas ir a la escuela.
Informes hablan de que casi dos centenares de escuelas debieron cerrarse y que
más de una decena de niñas que no obedecieron la norma fueron asesinadas.
Malala comenzó a escribir en el blog de la página
web de la BBC, denunciando las prohibiciones. Escribía con un pseudónimo: Gul
Makai, y allí relataba los temores que afectaban a las niñas, que no podían
usar ropas con colores intensos, para no ofender a los integristas, el tener
que esconder los libros bajo sus ropas, o como sus amigas ya no podrían seguir
educándose.
Ello que provocó que, en 2012, un seguidor de los
talibanes la atacara cuando regresaba en bus, de su escuela en la ciudad de
Mingora a su casa, disparándole en la cabeza.
A partir de ese brutal hecho, de la cual salvó
gracias a la oportuna acción del gobierno, su lucha adquirió mayor
trascendencia. La joven, que soñó ser médico, hoy es una activista por el derecho
a la educación en el mundo, habiendo hablado en la Asamblea General de la
Organización de Naciones Unidas, que declaró el 12 de junio, como el Día
Internacional de Malala.
El año pasado publicó un libro donde cuenta su
historia, el cual fue prohibido en las escuelas de niñas en su país, por no ser
respetuosa con el Islam, al no hacer la exigida mención “que la paz sea con
él”, cuando se refiere al profeta Mahoma.
El Premio Nobel de la Paz a Malala, es
un reconocimiento implícito también a los derechos de la mujer, frente a la
agresiva pretensión de mantenerlas sometidas a la lacra del fanatismo y a los
dictados regresivos y opresivos, fundados en visiones religiosas arcaicas y
brutalmente impuestas. El derecho a realizar los sueños de Malala de tener un
futuro profesional, rompiendo con la historia de millones de niñas y mujeres,
condenadas a la ignorancia y al sometimiento a regresivas normas masculinas
opresivas, es una lucha que no puede pasar por alto para nadie que observe y
promueva la decencia del avance de los derechos femeninos: “Dentro de cada
mujer, incluso en la más reprimida, alienta una vida secreta, una fuerza
poderosa, llena de buenos instintos, creatividad apasionada y sabiduría eterna”
Esta joven mujer, pagando un precio muy
caro, entendió que la llave maestra para obtener la libertad y al libre acceso
a las oportunidades, es la educación, como concepto central que permite un
crecimiento simétrico y justo para toda la sociedad, un punto de partida
personal para entender los principios de
identidad y aprender a ser autogestora de su propia felicidad.
La realidad de millones de mujeres,
sometidas a las fatuas de exaltados o conservadores líderes religiosos, que no
dudan acudir al asesinato de mujeres, para imponer la brutalidad de sus
dictámenes, es una motivación permanente para la promoción de los derechos
femeninos para todas las mujeres y hombres en cualquier parte del mundo.
La privación del derecho a la educación
de las niñas y el asesinato de mujeres por haber llegado a ejercer una
profesión, son realidades que deben ser
denunciadas y condenadas. De la misma forma, que cualquier acción que señale un
trato discriminatorio fundado en la condición de género.
Malala ha sido exitosa hasta ahora en su
lucha. Pero no debemos olvidar que, si bien ella sobrevivió a la violencia
religiosa, muchas otras no lo han logrado, y son también un símbolo contra el
oscurantismo y la barbarie.
Es el caso de Salwa Bughaigis, activista
de los derechos humanos y abogada libia, que destacó en la lucha contra
Muhammar Kadhafi, y en el intento posterior de establecer una democracia en su
país. En junio pasado, luego de haber llamado a participar en las elecciones
para un nuevo parlamento, un grupo de cinco hombres llegó hasta su casa en la noche y le disparó.
Claramente sus enemigos eran los grupos extremistas islámicos, a los que se enfrentó con decisión.
Salwa trabajó con una
organización colaboradora del Fondo de ONU Mujeres para la Igualdad de Género,
capacitando activistas y líderes y promoviendo la participación política de las
mujeres en Libia. En esa
perspectiva colaboró para tener una nueva Constitución y una democracia estable
en Libia. Su último mensaje da cuenta de su coraje: "Demuestren a todos que Libia no se arrodilla
ni se inclina, que Libia continuará luchando. Nosotros estamos decididos a
construir la Libia en la que soñamos", escribió en su cuenta de
Facebook minutos antes de morir.
Tres meses después, Irak ha sido testigo del asesinato de otra activista
por los derechos humanos y los derechos de la mujer, Sameera Salih
Ali Al-Nuaimy, ocurrido en Mosul, Irak, en manos de militantes del llamado
Estado Islámico. Detenida y torturada, fue luego ejecutada públicamente, sin
derecho a ser sepultada. El odio asesino se fundó en el desprecio a su
condición profesional y a su lucha por promover los derechos de la mujer en su
país.
Su
ejecución es parte de los graves ataques que han ocurrido y siguen ocurriendo
en zonas sometidas al Estado Islámico, contra ex candidatas a puestos políticos
o mujeres líderes de opinión en las distintas elecciones ocurridas en ese país después de la caída de Saddam Hussein.
En un sentido diverso, las semanas
recientes ha conmovido al mundo la muerte en Irán de la joven Reyhaned Jabbari,
de 26 años, condenada a la horca por un tribunal, acusada de asesinato. La
joven mujer reconoció haber acuchillado a un agente del gobierno, luego de que
este intentara violarla. Después de defenderse, llamó a una ambulancia para que
auxiliara a su agresor. Tenía entonces 19 años. Sin embargo, el procedimiento
judicial que enfrentó la mujer, siempre estuvo sometido a un escrutinio
internacional que lo consideró poco confiable y carente de garantías
esenciales.
De hecho el relator especial de la ONU
para Irán, sobre el estado de los derechos humanos en ese país, Ahmed Shaheed,
había pedido suspender la ejecución ya que la confesión se habría logrado
mediante tortura y sin considerar las pruebas a su favor, durante el juicio,
según lo denunció Amnistía Internacional.
En no contar con el perdón de la familia
del hombre que resultó muerto en el incidente por el cual fue condenada –
exigencia de la ley islámica del país -, dejó a Reyhaned en la imposibilidad de
evitar la horca, sentencia que se cumplió en la abominación contra un
procedimiento judicial viciado.
Todos estos ejemplos nos llevan a la
reflexión de la enorme desigualdad que
ha soportado la mujer en una visión histórica y actual mirando estas
realidades. Esta visión nos insta y estimula a trabajar con mayor ahínco en un
gran cambio cultural y arribar a un nuevo paradigma que acabe la discriminación
y se llegue a una igualdad absoluta de los géneros. El nuevo paradigma del
papel de la mujer debe continuar mejorando con más educación, sobre todo con
los más oprimidos y económicamente más débiles.
Hoy en día, aunque tal vez teóricamente,
la mujer occidental tiene a su disposición todos los espacios y circunstancias
para buscar vías de auto realización. Ningún cambio es superior a otro, sólo se
trata de que toda mujer haga su Obra donde se sienta mejor, donde tenga
posibilidades, donde sea reconocida por sus iguales.
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