Carlos Leiva
La tercera ley de Newton enseña el
principio de acción y reacción, tal que toda acción de una fuerza sobre un
cuerpo genera una reacción de igual
magnitud, pero en sentido contrario, sobre el cuerpo que produjo la fuerza. Sin
embargo, en la práctica, el hombre logra que
los cuerpos se muevan conforme a la fuerza original, aprovechando la
multitud de fuerzas que operan de hecho sobre los cuerpos. La imagen de este principio es sugerente al
revisar la forma en que a las múltiples oportunidades de avance y progreso para
la libertad y la igualdad, se le oponen fuerzas que surgen, a veces
inesperadamente, desde las pulsiones más primitivas de la humanidad, y tienden
a anular las fuerzas del cambio.
Hace 25 años, la superación del modelo soviético en Europa hacía
presumir que para los pueblos que salían del yugo totalitario
sería posible una liberación con notables pasos adelante en autonomía y
modernidad.
La realidad, sin embargo, al cabo de un
cuarto de siglo, fue que en la mayor
parte de dichos pueblos renacerían
añejas fuerzas nacionalistas y religiosas, que sólo estaban transitoriamente
doblegadas por el aplastamiento totalitario, pero prestas a recuperar su
vitalidad apenas dispusieran de un mínimo de oxígeno.
Sorpresivamente además, esas atávicas
fuerzas renacientes encontraron eco en los pueblos tal que, en lugar de evolucionar como preveía
en general el mundo occidental, pasaron
del sometimiento totalitario al dominio de movimientos sostenidos en
fundamentalismos diversos.
La antigua Yugoslavia primero, la
evolución de Rusia después, el despiste
de la primavera árabe y más
recientemente los fenómenos de Al Qaeda, ISIS y Boko Haram, entre otros, son
manifestaciones de esta reacción conservadora mundial.
En Chile, el fenómeno de la reacción conservadora es de
plena actualidad. La asunción de Michelle Bachelet en su segundo período
significó el despliegue de una voluntad política decidida a atacar desde sus
raíces el mal de la educación chilena, que descarrila desde hace 50 años. Este
hito lo marca el gobierno de Frei Montalva (1964-70) cuando abordó el problema
del elitismo en la educación chilena y abrió las posibilidades de acceso a la enseñanza a miles de jóvenes, pero no
implementó adecuadamente la preservación de la calidad que había caracterizado
a la educación pública.
La evolución educacional desde
entonces perseveró en resultados de mala
calidad y acceso desigual, que se complementó y agravó con el escandaloso lucro
a que condujeron sucesivos intentos de mejora
a través de un modelo privatizador y castigador de la enseñanza pública.
El serio intento del gobierno de
Bachelet, que ha comenzado por generar los recursos necesarios a través de una
reforma tributaria y que tiene entre sus objetivos proveer una educación
universal, gratuita y de calidad, con una educación pública laica y no
discriminatoria, está, sin embargo,
pasando por duros momentos en su tramitación parlamentaria con grave
riesgo de naufragar y disolverse en formalidades lejanas a su intención
original.
Las fuerzas conservadoras, cuyos
intereses por la educación se originaron en algunos casos de manera muy reciente, asociados a las
situaciones creadas por la privatización
de la educación que prácticamente ha terminado con la enseñanza pública, más
otros de antigua data como la Iglesia Católica con un interés sempiterno por el
adoctrinamiento de los jóvenes desde su primera infancia, se han unido para
intentar vaciar de contenido la
propuesta gubernamental de reforma educacional.
Por cierto que a ello han contribuido
también los errores y contradicciones de manejo político de los impulsores del
Gobierno, lo que en parte revela que también al interior de la coalición
gobernante están presentes las fuerzas
del conservadurismo.
Ciertamente, y es necesario tenerlo en
cuenta cuando se procura implementar
propuestas como las de reforma educacional, los ideales de libertad e igualdad
enarbolados para diversos planos en el mundo político se enfrentan de modo
generalizado con reacciones que nacen de la visceralidad y el atavismo
presentes en las sociedades, los que son explotados por movimientos e instituciones que profitan y medran de
ello.
De modo similar a la tercera ley de
Newton en la mecánica, parece cierto que
a nivel social y político también tiene vigencia el
principio de acción y reacción, aunque con una diferencia inquietante:
en muchos casos la fuerza de reacción es capaz, en la práctica, de anular la
fuerza inicial, y no aparecen las fuerzas concomitantes que permiten que se
haga efectivo el movimiento pretendido por la fuerza original.
No hay comentarios:
Publicar un comentario