DIOS CONTRA LOS DIOSES, de Jonathan Kirsch
Ediciones B, Barcelona, 2006 (333 págs)
En esta obra el
autor plantea que el mundo pagano, aunque distaba de ser un remanso de
benevolencia, era más tolerante de lo que la propaganda monoteísta nos ha hecho
creer. Cualquier hombre o mujer de la
antigua Roma, por ejemplo, era libre de rendir culto al dios o a la diosa que
le pareciera más proclive a concederle lo que le pedía en sus oraciones, con o
sin la asistencia de sacerdotes o sacerdotisas.
Hacia el primer siglo de nuestra era cristiana, el paganismo ofrecía una
fabulosa gama de creencias y prácticas entre las que elegir, desde los
sosegados y majestuosos rituales de veneración ofrecidos a los dioses y diosas
del panteón grecorromano hasta los inquietantes y exóticos ritos que
enfervorizaban a los devotos de deidades como Isis, Mitra y la Gran Diosa. Los politeístas, además, no sentían
inclinación de dictar a los demás cómo y a quién ofrecer plegarias y
sacrificios; mezclaban dioses, rituales y creencias, buscando el favor divino
de muchas deidades distintas a la vez.
Sin embargo, el
monoteísmo insiste en que sólo una deidad es merecedora de adoración, por el
simple motivo de que solamente tal deidad existe. En eso coinciden el judaísmo, el cristianismo
y el Islam: hay sólo un único Dios verdadero y los demás dioses no
existen. Para el politeísmo no hay
herejía; para el monoteísmo ésta es un pecado, incluso un delito. El dios del
cristianismo, del judaísmo y del Islam, surge como un dios celoso e iracundo
que contempla el culto a otros dioses como una “abominación” y lo castiga con
la muerte.
Desde sus
inicios hasta el día de hoy, la actitud estricta e inflexible del monoteísmo
condena la creencia en otros dioses y también el no creer en ninguno. Kirsch no vacila en argumentar que lo que
llamamos fundamentalismo, integrismo y terrorismo religioso proviene de la
creencia en un solo Dios considerado único y verdadero. Los creyentes en una u otra variedad del
monoteísmo han ejercido, desde hace largos siglos, su terrorismo religioso
contra los ateos, los politeístas y los otros monoteístas.
En las últimas páginas del libro - después de pasar revista a la historia de
la guerra de Dios contra los dioses, desde el remoto Egipto de los faraones
hasta el reinado de Teodosio I, primer emperador en elevar el cristianismo a la
condición legal de religión de Estado en Roma en el siglo IV de nuestra era (guerra,
pues, en la que Dios resulta totalmente vencedor) - señala Kirsch: “De todas las ironías que nos hemos
encontrado hasta el momento, ésta es la más enjundiosa y cruel. Aquellos de nosotros que vivimos en el mundo
occidental ya no nos exponemos a la tortura y la muerte de manos de los agentes
de la Iglesia o el estado por creer en más de un dios o en ninguno, y aún así
nos encontramos muy expuestos a un peligro procedente de la última hornada de
zelotes religiosos que han conservado las tradiciones más antiguas del
monoteísmo, entre ellas la guerra santa y el martirio.
Entre los nuevos rigoristas hay judíos,
cristianos y musulmanes, y las atrocidades del 11 de septiembre son tan sólo el
ejemplo más reciente de la violencia que los hombres y mujeres se sienten
inspirados a cometer contra sus congéneres por su fe verdadera en el único Dios
verdadero. En verdad, todos los excesos
del extremismo religioso del mundo moderno pueden verse sin excepción como la
última manifestación de una tradición peligrosa que empezó en la remota
antigüedad.
Cuando los talibanes
dinamitaron las estatuas budistas de Afganistán, respondían a la llamada de la
Biblia hebrea y seguían el ejemplo de los monjes cristianos de la antigüedad tardía. Cuando una joven árabe se enganchó una bomba
al cuerpo y entró en una pizzería de Tel-Aviv, estaba siguiendo los pasos de
los zelotes en Masada y los circuncelianos del Norte de África. Y cuando un médico judío abrió fuego sobre
los musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas, honraba la tradición
de los terroristas de la era bíblica llamados sicarios”.
El fanatismo
religioso nos ha llegado con el monoteísmo, con el celo de imponer a un único
Dios absoluto y verdadero (y las raíces de este fanatismo no se encuentran
exclusivamente en la tradición islámica, sino que también arrancan de las
páginas de la Biblia). La tradición
pagana -aunque así pintada por los
guardianes del monoteísmo que se han dedicado a contarnos la historia desde su
punto de vista en las iglesias, las sinagogas y las mezquitas - no posee una naturaleza tosca y
demoníaca. Al contrario, los valores que
celebramos en el mundo occidental - la
tolerancia, la diversidad cultural y la libertad religiosa - provienen, más bien, de los principios que
inspiraban al paganismo.
Hay que
reconocer, entonces, lo cierto de la frase de Freud que el mismo Kirsch coloca
al comienzo del prólogo de su obra: “La
intolerancia religiosa nació inevitablemente con la fe en un único Dios”.
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