lunes, 3 de mayo de 2010

EL ENEMIGO DE LA IGLESIA




Sebastián Jans

Después de pedir perdón a nombre de la Iglesia Chilena, ante los hechos que la han conmocionado, monseñor Alejandro Goic, presidente de la Conferencia Episcopal ha concedido una entrevista al diario “La Nación”, publicada en la edición dominical del 25 de abril pasado.
Lo hizo para explicar una vez más la situación que envuelve a la Iglesia Católica, no solo en Chile sino en distintos escenarios en que ha tenido que enfrentar denuncias y escándalos por la actuación de sus pastores, que han incurrido en delitos y en acciones que afectan a niños y adolescentes.
En la parte final de la entrevista, Monseñor Goic responde frente a los juicios que la Iglesia está enfrentando en Estados Unidos y Europa, que “hay una corriente que quiere arrinconar a la iglesia” e identifica esa corriente como el “laicismo radical”. Remata posteriormente que la Iglesia en el siglo pasado se enfrentó al nazismo, al fascismo y al comunismo, y que “hoy está enfrentada al laicismo”.
Hay muchos antecedentes que propician la convicción que, en lo que se refiere a la jerarquía de la Iglesia, en los dos primeros casos mencionados no se puede hablar de manera tan concluyente, salvo ante personas desinformadas. El laicismo si lo hizo categóricamente. Le reconocemos a la jerarquía de la Iglesia, no obstante, sin discusión, el enfrentamiento con el comunismo, por la condición doctrinariamente atea de aquel, por lo menos en los autodenominados “socialismos reales”.
Pero, lo que resulta una aberración es establecer una correlación entre aquellos movimientos ideológicos y el laicismo. De hecho es una afirmación que agravia a quienes desde el pensamiento laico, han respetado a la Iglesia y su derecho a proclamar su fe, pero con la cual mantiene profundas discrepancias por cuestiones fundamentalmente temporales, con aspectos que tienen que ver con materias propias de una discusión doctrinal sobre lo secular, no con lo religioso.
Señala el presidente de la Conferencia Episcopal, que se le pretende privar a la Iglesia de su capacidad de influir en las conciencias, en las leyes o la concepción del mundo. El laicismo reconoce el derecho de la Iglesia a influir en las conciencias de quienes se sienten llamados por el mensaje pastoral, y es su derecho difundir su concepción del mundo. Lo que el laicismo considera impropio, es que ese mensaje pastoral y la concepción católica del mundo, determinen el carácter de las leyes de un país, cuando este presenta en su composición social y cultural una diversidad de opciones de conciencia. Las leyes son para todos los habitantes de un país, por lo cual, estas deben recoger la realidad plural de su sociedad en términos de conciencia, en términos de creencias, en términos de espiritualidad.
Es más, el laicismo lo que busca es garantizar leyes fundadas en su validez ética tanto para creyentes y como para no creyentes. Busca que el Estado refleje en sus leyes y acciones la representación y la presencia de toda la diversidad de su componencia societaria. No persigue ni atenta contra el ejercicio religioso, y no se siente enemigo de las opciones religiosas. Mal puede ser enemigo de la Iglesia Católica, aunque haya con ella profundas discrepancias en la forma de construir la vida social. En lo que a Chile se refiere, definitivamente no hay enemigos de la Iglesia Católica en el laicismo.
Monseñor Goic está equivocado si busca enemigos entre los laicistas. Los enemigos de la Iglesia están dentro de ella misma. Bien sabe que la explosiva presencia del caso Karadima en los medios, al día siguiente de que la Iglesia pedía perdón por los casos de pedofilia, está en los propios trascendidos y fuentes de la misma Iglesia Católica. No hay laicistas confabulados en los diarios vinculados a El Mercurio o a COPESA, para destruir a la Iglesia y arrinconarla en sus templos. No hay laicistas involucrados en la sórdida lucha de poder que conmueve a la Iglesia chilena, ad portas de designar el reemplazante de Francisco Javier Errázuriz.
Los enemigos de la Iglesia Católica están nítidamente corporizados en sus pastores, que han abusado de niños, en algunos casos de manera sistemática, agraviando a las victimas y sus familias, y a través de ellos a toda la sociedad. No es una acción perversa de un laicismo radical que actúa contra la Iglesia Católica lo que ha convulsionado a Europa, Estados Unidos y a América Latina, que una cantidad no despreciable de pastores de la Iglesia terminen abusando de menores de edad, aún ostentando cargos relevantes dentro de una jerarquía local, nacional o congregacional.
No es culpa del laicismo que reiteradamente se haya protegido y se siga protegiendo a los trasgresores, ya que, ante una denuncia determinada, no se han puesto los antecedentes ante la justicia, sino que se han enviado a los protagonistas de las acusaciones fuera del país en que los delitos pudieron configurarse; en fin, que la Iglesia encubra o ponga a buen recaudo a los culpables.
No viene absolutamente a cuento, que monseñor Goic centre los problemas de la Iglesia en un escenario distinto a lo que la realidad está determinando. Ha sido un ex sacerdote norteamericano, Patrick Wall, que era miembro de la comunidad de fe de la Iglesia, actual abogado de las víctimas, quien ha afirmado que pedirle disculpas a las víctimas y a Dios, no es suficiente, y que los curas abusadores de niños siguen predicando.
Afirma Monseñor Goic que el laicismo quiere minar a la única autoridad moral en el mundo que sigue defendiendo valores esenciales. La afirmación merece dos comentarios.
El primero, que constituye una soberbia arrogancia pretender ser la única autoridad moral en el mundo, y un despropósito, cuando todos los 18 de septiembre se realiza la catedral de Santiago un Te Deum Ecuménico, que reúne a distintas confesiones por invitación de la máxima autoridad de la Iglesia Católica chilena, y cuando el Papa se reúne con otras religiones en Ratisbona. Definitivamente, la moral de una sociedad no es un constructo exclusivo de la Iglesia o solo del catolicismo.
El segundo, que el socavamiento de su autoridad moral tiene que ver con lo que han sido las prácticas de los pastores a través de los tiempos, no solo frente a las actuales y dolorosas contingencias que podrían llevar al Papa a los tribunales por acciones de encubrimiento, sino por todos los errores frente a lo temporal, o por sus relaciones con el poder o su práctica del poder, o por su propensión histórica a una irracional hegemonía. La Iglesia Católica ha hecho muchas cosas buenas en su historia, pero cuando ha hecho cosas malas, ha cometido acciones que no solo se pueden exculpar con el perdón y la contrición.
En consideración a lo expuesto, frente a una Iglesia en crisis profunda o frente a una Iglesia insuflada de confianza en sus vinculaciones con los poderosos, el laicismo seguirá sosteniendo lo mismo: el derecho de los que no practican la fe católica a tener que obedecer esos principios y valores por acción de la ley o del Estado, convertidos estos en instrumentos al servicio de la fe católica. El laicismo seguirá enfrentando en el plano de las ideas al confesionalismo, esto es, a la pretensión de una fe en particular de imponer por la fuerza su fe a toda la sociedad, a partir del control político del Estado y de las leyes.

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