miércoles, 20 de octubre de 2010

EL RESPETO ES PARA LAS PERSONAS, NO PARA LAS IDEAS

Carlos Leiva Villagrán



Un lugar común de la conversación cotidiana es aseverar que “todas las ideas deben ser respetadas”. Como si la adhesión de una persona a una idea implicara que ésta adquiere la respetabilidad de la persona que la sostiene.
La ridiculización de la figura de Jesús en un programa televisivo ha provocado una presentación de cargos del Consejo Nacional de Televisión, que se sustenta en la idea de que el Estado debe proteger a las religiones de la blasfemia (irreverencia hacia lo venerado por una religión) , porque ésta agravia profundamente a personas que consideran sagradas ciertas figuras, símbolos o ideas. Ya sabemos, Jesús es sagrado para los cristianos, como Mahoma para el islam o Moisés para el judaísmo. El carácter sagrado es un atributo asignado en el contexto de la creencia y de la religión. Sin embargo, señalar que la blasfemia, que comprensiblemente es un pecado al interior de la religión, deba tener un castigo público, significa pretender una vez más que lo que es pecado para la religión sea considerado, por extensión, un delito en el espacio público.
Dios, Jesús y la Virgen son ideas o imágenes provenientes de una creencia religiosa, que en el espacio público no tienen más ni menos derecho que otras ideas o imágenes que circulan en dicho espacio, y que se someten a diario al elogio, al debate, a la crítica, a la ironía y al escarnio de los ciudadanos. Que el Estado se alce para proteger de la ridiculización a una creencia religiosa, porque falta al respeto a las personas creyentes, implica considerar a las ideas como si estuvieran adheridas al cuerpo de la persona que las sostiene, situación en la que se comprendería que agraviar la idea sea una ofensa a la persona.
Cuando la caricatura o la parodia de los símbolos religiosos se realizan fuera de los templos en que se les rinde culto no hay ofensa posible. El mundo libre y laico ha establecido un espacio de acuerdo sobre la ofensa, y se denomina injuria, en términos jurídicos, delito contra el honor de una persona. En este caso, como en otros, la ofensiva clericalista procura ampliar indebidamente ese espacio.
Las ideas religiosas, como todas las ideas en el espacio público, no requieren respeto. Lo que necesita de respeto son las personas, su vida, su cuerpo y su dignidad. Negar la crítica de las ideas, y que el Estado establezca que algunas pueden formularse y otras no, y que esta distinción se funde en el carácter sagrado que algunas ideas puedan tener en el espacio privado, implica un notable extravío del rol del Estado en una sociedad moderna, y una pretensión equivocada de otorgar a las ideas la dignidad que corresponde a las personas.

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