lunes, 4 de abril de 2011

La “fragilidad humana” y moral del Cardenal Medina



Gonzalo Herrera Guerrero


El cardenal Medina con el transcurso del tiempo se ha venido transformando en un personaje casi pintoresco por lo retrógrado de su pensamiento y sus declaraciones ultraconservadoras en relación a temas sociales, éticos y valóricos. En su última aparición, en una revista de circulación nacional impresa en papel couché, pareciera querer probar hasta el extremo la incondicionalidad y adhesión de los católicos de un determinado sector social —aquel que se identifica con la comunidad de la parroquia de El Bosque— proponiendo una mirada evanescente sobre reiterados actos de corrupción eclesiástica y que comprometen a influyentes religiosos, que en las últimas semanas han impactado al país por la crudeza y pormenorizada denuncia de quienes fueran víctimas de esas prácticas. El patético intento del cardenal de bajarle el perfil a los delitos del sacerdote Fernando Karadima, declarado culpable de abuso sexual en contra de un menor y otras víctimas por la Congregación para la Doctrina de la Fe con sede en Roma, pone en evidencia la vieja práctica de esconder las arbitrariedades de esta institución confiando en que sus adherentes aceptarán sus argumentos no por la fuerza de los hechos, sino por la mera autoridad del que lo dice.
Lo primero que llama la atención es que este religioso, siendo parte del establishment de la Curia romana y fiel devoto de las políticas del Vaticano, no trepide ahora en desconocer los hechos sacados a la luz tras seis años de investigación —durante más de dos años se obstaculizó toda indagación— y aparezca emitiendo un juicio contrario al fallo condenatorio expedido por un tribunal de expertos en derecho canónico. El veredicto señala que “la enorme cantidad de testimonios recogidos, su credibilidad y concordancia muestran de modo inequívoco que el reverendo Fernando Karadima Fariña es culpable del delito de abuso de menores, de actos impuros con adultos, con violencia y abuso de autoridad”.
¿Por qué un hombre probado de la ortodoxia vaticana se anima a apartarse de la posición oficial de la estructura de poder de la Iglesia, menospreciando a las víctimas y ofendiendo la inteligencia del país al culpar al “diablo” de las diabluras de Karadima — las calificó de “debilidad humana” — y, por extensión, de quiénes conociendo sus prácticas desviadas lo encubrieron y protegieron?
A mi entender, la contradicción pone de manifiesto un conflicto entre el Vaticano, acorde a la voluntad expresada por el papa Ratzinger de frenar los escándalos de pedofilia practicada por sacerdotes en casi todo el mundo — con intención honesta o afanes cosméticos, el tiempo lo dirá —, y las iglesias de los Estados con población católica, más interesadas en proteger la imagen institucional, evitando que salgan a la luz y manejando bajo secreto, tanto cuanto sea posible, los pecados sexuales contra menores, especialmente cuando está involucrado el alto clero de las diversas diócesis. Ahora pudimos enterarnos del largo proceso que debieron seguir los denunciantes de este crimen para ser escuchados por la jerarquía de la iglesia de Santiago, cómo fueron humillados y burdamente tramitados, desacreditados, amenazados, intentando repetir la práctica, antes exitosamente utilizada, de minimizar las acusaciones, realizar pseudo investigaciones, trasladar de diócesis a los curas y monjas de comportamiento pervertido compulsivo, y comprometer el silencio de las víctimas merced al ascendiente sicológico y moral que se tenía sobre ellas.
Un sacerdote como Medina, miembro destacado de una jerarquía católica ideológicamente ligada al poder económico y a la élite social chilena, elevado luego a la metrópolis del poder eclesiástico, debe vivir este conflicto en carne propia. Se ve impelido a sintonizar no sólo con los intereses monárquicos y globalizados del Vaticano sino, también, con los intereses estratégicos, sociales y políticos de los sectores más influyentes que dirigen el país, y cuya base ideológica tiene como componente importante para el ejercicio del poder los preceptos de la doctrina católica, con sus dogmas y su particular ordenamiento moral, casi siempre apartado del espíritu del evangelio. La jerarquía eclesiástica que opta por identificarse con los miembros del más alto sector socioeconómico nacional, además de una posición de poder sobre éstos por su condición de dispensador de “la” interpretación de la voluntad divina, debe “negociar” con los mismos atendiendo a sus intereses específicos, para conservar su influencia sobre dicha élite.
El cardenal Medina ha sido un disciplinado vocero de los grupos ultraconservadores, tanto a nivel nacional como internacional. Se ha alineado nítidamente con los detentores del poder, más allá de su legitimidad, aun cuando la opinión pública haya tenido sólida certeza de crímenes e injusticias. Fue uno de los primeros religiosos en apoyar la dictadura de Pinochet, siendo nominado en 1974 Pro Gran Canciller de la Universidad Católica de Chile. Fue un hombre clave para el régimen en materia de calificación ideológica de los dignatarios eclesiásticos que llegaban entonces al país. Juan José Tamayo, miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, cita una frase ejemplarizadora de su escaso respeto por la democracia : “La democracia no significa automáticamente que Dios quiera que sea puesta en práctica”. Así tampoco, nadie podría admirarse de que haya catalogado a Pinochet como “un hombre de bien”.
La relativización con que intenta revestir los crímenes de Karadima, al sostener que más que abuso se trataría de “actos de homosexualidad”, no dice relación con su pensamiento profundamente homofóbico. Tal vez la lógica del argumento se base en su concepción de que la tendencia homosexual “es un defecto como si a una persona le faltara un ojo o un pie”. Por supuesto, nadie es culpable de ser tuerto o cojo, sobre todo si se trata de una deficiencia congénita. Pero, el párroco de El Bosque no es un individuo cualquiera, víctima de un defecto físico. Es un hombre inteligente, carismático, generador de un fuerte culto a la personalidad, lo que le permitió crear en torno suyo un círculo de hierro, cómplice tanto de sus desmanes sexuales como, al parecer, del uso malicioso de dineros de la parroquia. Guía espiritual de personas de la más alta influencia de la élite económica y social santiaguina, fue también el inspirador y formador de las carreras sacerdotales de varios obispos.
Con estos antecedentes, la frase de Medina relativa a la actitud de los jueces que juzgarán a Karadima — una ministra en visita en primera instancia —, en cuanto a que no cree que lo enviarán a la carcel y que “propenden a ser benévolos”, parece inscribirse en el mismo contexto de la frase que el empresario Eliodoro Matte le expresara al Fiscal Nacional Sabas Chahuán: “quiero una investigación rápida”, preocupado por la suerte del que reconoce “su amigo”.
Vemos así a los que monopolizan el poder económico y social tratando de reeditar viejos tiempos, cuando los ilícitos de los señores se conversaban con jueces y obispos en la intimidad de los salones. Y la Iglesia, al menos la Iglesia de Karadima y Medina, tratando de mantener su clientela de adeptos para no perder su influencia sobre los que rigen el poder.

1 comentario:

Circulo Multidisciplinario de Pensamiento Aduanero dijo...

Sólido artículo de Gonzalo Herrera y espero felicitarlo personalmente.