jueves, 21 de enero de 2010

DESPUÉS DE UNA INTERPELACION




Sebastián Jans

Una semana antes de las elecciones presidenciales, un grupo de laicistas - en calidad de personas y organizaciones – hizo llegar a los medios de comunicaciones una declaración e interpelación a los candidatos a la Presidencia de la República, pidiéndoles un pronunciamiento sobre la condición laica del Estado chileno, planteada en la Constitución Política de 1925, y que no aparece claramente consignada en la Constitución de 1980, ni en su modificación de 2005.
Los documentos enviados a la prensa, a los comandos, a un conjunto de ONG y a los parlamentarios, fue ignorada por los medios escritos y de TV, y solo fueron reproducidas por medios alternativos en Internet. No hubo respuestas tampoco de los candidatos ni de sus comandos, ni siquiera haciendo llegar una nota de acuso de recibo.
Ello da cuenta de que la voluntad en torno a la laicidad del Estado, como medio de garantizar la libertad de conciencia en nuestro país, no es parte de la agenda de la actual clase política que hegemoniza las decisiones de los bloques que se enfrentaron en la segunda vuelta presidencial.
Es más. Los llamados partidos laicos – que por lo menos merecen esa denominación, producto de su historia pasada - no han tenido en los últimos 20 años la preocupación por dejar claramente establecido su compromiso con la institucionalización de la libertad de conciencia y con el aseguramiento democrático que implica un Estado laico. Las ambigüedades y las carencias en su ámbito doctrinario han contribuido de modo determinante en los vicios y errores que han conducido a su fracaso.
Debe dejarse consignado, sin embargo, que, en lo que a la reivindicación del Estado laico y los valores laicistas, después de un tercio de siglo, ha sido la Presidenta Michelle Bachelet la figura política que más fidedignamente ha representado dentro de la actual clase política los valores que hemos sostenido los laicistas, y que se vio reflejada en su interés por buscar las bases de una educación laica y por promover políticas de salud ajenas a determinismos religiosos. También su conducta se vio reflejada con su compromiso con el proyecto bicentenario de recuperación del Patio de Disidentes del Cementerio General, que fue reinaugurado la semana pasada, como reivindicación de su trascendencia en la conciencia cívica nacional.
Ello se vio reflejado también en pronunciamientos concretos, como el realizado el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes el 31 de octubre pasado, al señalar: “Esta celebración es una forma de reafirmar las virtudes del estado laico en Chile, vale decir un Estado que asegura la libertad de culto, que acepta todas las creencias dentro del marco de la Constitución y las leyes, el Estado que defiende el pluralismo, la aceptación de la diversidad y la tolerancia como forma de vida”.
En marzo, como consecuencia de los resultados de las elecciones presidenciales, se inicia un nuevo periodo para nuestro país. No escapa a nuestra preocupación la opinión valórica de los líderes de los partidos de la nueva coalición de gobierno, de alto compromiso confesional, y donde no hay una referencia cierta de morigeración laicista en sus filas, salvo algunos personeros que valoramos en su honesta adhesión a nuestros valores. Destacamos a doña Lilly Pérez y don Carlos Cantero, que están llamados a ser referentes en los temas de libertad de conciencia en los próximos cuatro años, dentro de un gobierno que estará marcado por una visión de clara hegemonía católico-conservadora.
La visión patricia y confesionalista que predomina en el ADN de la triunfante coalisión, exacerbará la cautividad del Estado chileno respecto a una visión religiosa particular, y todo indica que se impondrá la misma concepción de sociedad que predominara bajo la visión refundacional y restauradora de carácter portaliano que representó en su momento la dictadura de Pinochet.
El compromiso del patriciado nacional con las concepciones autoritarias, unilaterales, totalizantes y excluyentes desde el punto de vista valórico, que se han expresado en las discusiones valóricas en el parlamento y en la sociedad civil, representado en el partido más confesional de la política chilena - la Unión Democrática Independiente - y buena parte de su aliado, el Partido Renovación Nacional, tendrá un escenario propicio para producir una gran reversión en lo poco que se avanzó en la recuperación del Estado Laico bajo los gobiernos de la Concertación.
La diversidad de pensamiento, el respeto por las minorías, la prescindencia de los poderes y personeros públicos de todo compromiso confesional, el establecer estadios institucionales que garanticen el pluralismo, la garantización activa de la libertad de conciencia, no están en la comprensión ideológica de los partidos de la triunfante coalición ni en la formación valórica de sus líderes más determinantes. No lo ha estado antes, ni nada indica que lo estará ahora.
El liberalismo que se expresa en sus filas no tiene que ver con las tradiciones liberales de carácter valórico, que se han expresado en la cultura occidental, sino con las concepciones esencialmente económicas. Esto ocurrió en la era portaliana, ocurrió bajo el régimen de Pinochet y no hay indicios de que vaya a ser diferente: la matriz patricia que modela las concepciones políticas del conglomerado son las mismas, y las lógicas de gobierno no difieren en su diseño y aplicación.
El patriciado nacional, fidedignamente representado en los partidos de la coalición triunfante, es el mismo en su carácter, en su lógica y en su composición histórica. Ello implica que los determinismos que modelan su accionar son los conocidos históricamente, y las experiencias y consecuencias las podemos encontrar en nuestra historia de modo muy nítido en las recurrencias del conservadurismo nacional.
Las fuerzas del progreso y la evolución histórica, de la diversidad y avance moral, tienen una dura tarea que necesariamente debe considerar la reivindicación de un proyecto laico de sociedad, donde retomar las virtudes de un Estado laico sirva de base para un país que se reencuentre con su propia génesis nacional y republicana. Para ello es fundamental que políticamente los partidos laicos asuman su condición de tal, y que el inmediatismo sea superado por las constantes de su carácter social y cultural.

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