miércoles, 2 de marzo de 2011

MAGREB Y LAICISMO


CARLOS LEIVA VILLAGRAN

Los primeros dos meses de este año quedarán marcados en la historia como el período en el que, al modo de un reguero inflamado, comenzaron a sublevarse los pueblos del sur del mediterráneo, proponiéndose poner fin a largos e incontrarrestados dominios de autarquías dinásticas locales, Con evidente razón, se ha recordado el destronamiento del Shah de Irán en 1979 y la caída del muro de Berlín 10 años más tarde, situaciones similares que exhiben como factor común la expresión irrefrenable de las convicciones libertarias de los ciudadanos, frente a las cuales el monopolio de las armas ya no sirve a los gobiernos para conservar su poder.
Muchos gobiernos en Occidente, especialmente en Europa, han tardado en pronunciarse y en actuar de algún modo frente a los imprevistos acontecimientos, lo que ha dejado de manifiesto que las autoridades políticas occidentales en general se sentían cómodas con los gobiernos dictatoriales del Magreb. Aunque probablemente ningún gobierno europeo justificaría la existencia de dictaduras en sus territorios, ellos hicieron vista gorda y oídos sordos a la opresión de esos pueblos, cuyos gobiernos servían de bastión para la conservación del statu quo en el conflicto árabe israelí y enfrentaban eficazmente la amenaza del radicalismo islámico en la región. No en vano los derrocados dictadores, Ben Alí y Hosni Mubarak, no sólo eran aliados de los gobiernos de Occidente, sino que hasta hace poco eran reconocidos como miembros de la Socialdemocracia Internacional.
En estas circunstancias, los movimiento laicistas tienen una reflexión que hacer puesto que, efectivamente, las dictaduras del norte de Afrecha han desarrollado gobiernos de corte laico, y han mantenido a raya las pretensiones teocráticas de grupos islamistas radicales, que postulan el establecimiento de gobiernos para Alá y la instauración de la ley islámica, como fuente de su derecho. Por ello, cabe preguntarse, aunque sólo sea retóricamente, si la mantención de un gobierno laico justifica que él sea apoyado, independientemente de los contenidos y de la legitimidad de su ejercicio. La respuesta categórica es NO.
El laicismo occidental se nutre de los principios republicanos, del Estado de Derecho propio del mundo moderno, de los valores de libertad, igualdad y fraternidad que brotan de la revolución francesa, de la democracia que fortalece la revolución americana, de la declaración de Derechos Humanos que aportan las Naciones Unidas y del Humanismo de la tradición filosófica. Este es el contexto en el cual se plantea el laicismo, como perfeccionamiento de la vida republicana, como ejercicio pleno de libertad y participación, al margen y en oposición a los grupos que aspiran a la posesión en título del poder. Sin este contexto, el ejercicio del laicismo es hueco. El laicismo de Ben Alí y de Hosni Mubarak es un medio para su reconocimiento internacional y fortalecimiento del poder dictatorial.
Lo que vaya a suceder en esos países es una incógnita formidable. Autoritarismo, democracia, teocracia y laicismo juegan sus cartas. Y si bien cada pueblo sigue sus propias dinámicas, las fuerzas y movimientos laicistas deben alistarse allí en las filas de la promoción de las precondiciones democráticas, libertarias, participativas y humanistas, sin las cuales el laicismo es pura y utópica retórica.

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