miércoles, 27 de julio de 2011

El ciudadano: uno igual, pero rodeado de desiguales



Prof. Danny Monsalvez

Hilda Sabato tiene un interesante trabajo sobre “Ciudadanía política y formación de las naciones en América Latina” (1999). Allí analiza la constitución de ciudadanía política durante el siglo XIX y comienzos del XX; cómo se construyeron las comunidades políticas, se organizó, sostuvo y reprodujo el poder político.
Uno de los aspectos a destacar es que la conquista de libertades y derechos civiles no es incompatible con la persistencia de desigualdades sociales; es decir, aquella tensión entre libertad e igualdad que se refleja en el ejercicio de los derechos ciudadanos.
La categoría de ciudadano en su forma inicial era campo de privilegios, vínculos corporativos, jerarquías, adscritos espacialmente (ciudad), con una imbricación entre la esfera religiosa y pública, entre cristianismo y republicanismo, lo que podemos denominar la “sacralizad” de lo público.
Con el transcurrir de las décadas aquello se fue perfeccionando, por ejemplo con el derecho a sufragio de todas las personas (incluyendo analfabetos). Aquella relación un hombre un voto fue vista y asumida como condición de igualdad entre sujetos. Sin embargo, al día de hoy, los ciudadanos siguen tropezando con ciertos obstáculos para el ejercicio de sus derechos y practica de sus deberes: engranajes caciquiles, clientelismo, violencia y coacción efectiva contra los electores, limitaciones en las opciones, discriminación entre ciudadanos activos y pasivos, entre electores y elegidos, mecanismos de financiamiento de campañas, etc., lo anterior nos lleva a señalar que la democracia “electoral” que estamos experimentando sigue siendo asunto de elites, las cuales cuentan con sus propios canales de acceso al poder político, por ejemplo en las etapas claves (previas) del proceso electoral: selección de candidatos a través de medios asociativos privados y redes de poder con fuerza e injerencia decisiva, tales como clubes, directorios, corporaciones, asociaciones, reuniones, etc., lo cual ha conllevado -entre otros aspectos- a un exclusión de la polis como cuerpo deliberante.
Por ello y más allá de la importancia del rito electoral, a la ciudadanía hay que valorarla en relación a un conjunto de prácticas legales, simbólicas y asociativas, por medio de las cuales se promueven los criterios de orientación general de la sociedad. Es decir, formas de participación, representación, sociabilidad y relaciones políticas que no pasan sólo por el rito electoral.
Al parecer y a la luz de los (últimos) acontecimientos políticos, la elite sigue viendo (en el discurso) al ciudadano como uno igual, pero rodeado de desiguales.

(Publicado en La Discusión de Chillán, 22/07/11)

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