lunes, 22 de agosto de 2011

Un espacio público laicizado



Danny Monsálvez Araneda

Dos perspectivas de análisis nos permite exponer el proyecto de ley “Acuerdo de Vida en Pareja”, por una parte, la “tensión” generada al interior del oficialismo, ya que “trastoca” determinadas sensibilidades valóricas de aquellos sectores más conservadores, sus redes de pensamiento y la propia Iglesia Católica, al punto de señalar que el proyecto es un “matrimonio homosexual encubierto, “que le hace mal a la sociedad y al país". O bien, (re)afirmar la respectiva crítica al relativismo; sin embargo, como señaló José Comblin “el relativismo es la actitud de los que no aceptan incondicionalmente todo lo que viene de Roma”.
Estos sectores de una u otra forma intentan mantener aquella imbricación entre la esfera de la religiosidad y la esfera de lo público, entre cristianismo y republicanismo. Como señala Norbert Lechner conciben un orden equivalente a una sociedad surcada en todos los niveles por estructuras de autoridad: “familia, corporaciones gremiales, asociaciones locales, poderes provinciales, un sistema de clases sociales sostenido por vigorosas creencias religiosas que encauzan y disciplinan a hombres apasionados, egoístas y rebeldes”. Sin duda, tienen todo el derecho a mantener su punto de vista y transmitirlos a sus hijos, pero no es correcto que sus preferencias personales sobre temas sexuales o valóricos pretendan conducir la intimidad de los otros.
Una segunda lectura y más significativa, se relaciona con el tipo de sociedad que queremos construir y el rol que debe y tiene que asumir un Estado al legislar sobre determinadas materias tan elementales como mayores derechos e igualdad ante la ley de las personas, y que apuntan a perfeccionar y profundizar nuestra democrática. En ese sentido, este proyecto, nos plantea una pregunta de fondo ¿Un gobierno debería inspirarse en determinadas creencias (religiosas) para legislar respecto a temas valóricos o sexuales?, sin duda que no. En este caso la Iglesia Católica y aquellos sectores más conservadores, no pueden pedirle al Estado (laico) que inculque o canalice sus políticas sexuales o valóricas, ya que en un Estado laico, el hombre y la sociedad es independiente de toda influencia religiosa, donde éstas pertenecen por esencia a la esfera privada de los sujetos. Como apunta Leonardo Boff “La Iglesia no puede imponer su pensamiento a una sociedad democrática. Podrá hacerlos a sus fieles, pero no a toda la población”.
Entonces, la sociedad, los sujetos avanzan, progresan, se construyen, ganan en individuación (autonomía) y con ello se van emancipando de aquella moral religiosa cristiana tradicionalista y castigadora que algunos pretenden seguir imponiendo, a través de sus elites y redes sociales (poder).
Por ello, la lucha por grandes cambios y mayor progreso social, permitirá -más temprano que tarde- una “construcción social de la realidad” libre de todos aquellos dogmatismos y fundamentalismo que aun persisten alojados en nuestro país.

Columna en Diario El Sur, domingo 21 de agosto de 2011

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