lunes, 23 de marzo de 2015

Reseñas para mentes escépticas II

Rogelio Rodríguez

DIOS CONTRA LOS DIOSES, de Jonathan Kirsch
Ediciones B, Barcelona, 2006  (333 págs)

En esta obra el autor plantea que el mundo pagano, aunque distaba de ser un remanso de benevolencia, era más tolerante de lo que la propaganda monoteísta nos ha hecho creer.  Cualquier hombre o mujer de la antigua Roma, por ejemplo, era libre de rendir culto al dios o a la diosa que le pareciera más proclive a concederle lo que le pedía en sus oraciones, con o sin la asistencia de sacerdotes o sacerdotisas.  
Hacia el primer siglo de nuestra era cristiana, el paganismo ofrecía una fabulosa gama de creencias y prácticas entre las que elegir, desde los sosegados y majestuosos rituales de veneración ofrecidos a los dioses y diosas del panteón grecorromano hasta los inquietantes y exóticos ritos que enfervorizaban a los devotos de deidades como Isis, Mitra y la Gran Diosa.  Los politeístas, además, no sentían inclinación de dictar a los demás cómo y a quién ofrecer plegarias y sacrificios; mezclaban dioses, rituales y creencias, buscando el favor divino de muchas deidades distintas a la vez. 
Sin embargo, el monoteísmo insiste en que sólo una deidad es merecedora de adoración, por el simple motivo de que solamente tal deidad existe.  En eso coinciden el judaísmo, el cristianismo y el Islam: hay sólo un único Dios verdadero y los demás dioses no existen.  Para el politeísmo no hay herejía; para el monoteísmo ésta es un pecado, incluso un delito. El dios del cristianismo, del judaísmo y del Islam, surge como un dios celoso e iracundo que contempla el culto a otros dioses como una “abominación” y lo castiga con la muerte. 
Desde sus inicios hasta el día de hoy, la actitud estricta e inflexible del monoteísmo condena la creencia en otros dioses y también el no creer en ninguno.  Kirsch no vacila en argumentar que lo que llamamos fundamentalismo, integrismo y terrorismo religioso proviene de la creencia en un solo Dios considerado único y verdadero.  Los creyentes en una u otra variedad del monoteísmo han ejercido, desde hace largos siglos, su terrorismo religioso contra los ateos, los politeístas y los otros monoteístas.  
En las últimas páginas del libro  - después de pasar revista a la historia de la guerra de Dios contra los dioses, desde el remoto Egipto de los faraones hasta el reinado de Teodosio I, primer emperador en elevar el cristianismo a la condición legal de religión de Estado en Roma en el siglo IV de nuestra era (guerra, pues, en la que Dios resulta totalmente vencedor) -  señala Kirsch:  “De todas las ironías que nos hemos encontrado hasta el momento, ésta es la más enjundiosa y cruel.  Aquellos de nosotros que vivimos en el mundo occidental ya no nos exponemos a la tortura y la muerte de manos de los agentes de la Iglesia o el estado por creer en más de un dios o en ninguno, y aún así nos encontramos muy expuestos a un peligro procedente de la última hornada de zelotes religiosos que han conservado las tradiciones más antiguas del monoteísmo, entre ellas la guerra santa y el martirio.  
Entre los nuevos rigoristas hay judíos, cristianos y musulmanes, y las atrocidades del 11 de septiembre son tan sólo el ejemplo más reciente de la violencia que los hombres y mujeres se sienten inspirados a cometer contra sus congéneres por su fe verdadera en el único Dios verdadero.  En verdad, todos los excesos del extremismo religioso del mundo moderno pueden verse sin excepción como la última manifestación de una tradición peligrosa que empezó en la remota antigüedad.  
Cuando los talibanes dinamitaron las estatuas budistas de Afganistán, respondían a la llamada de la Biblia hebrea y seguían el ejemplo de los monjes cristianos de la antigüedad tardía.  Cuando una joven árabe se enganchó una bomba al cuerpo y entró en una pizzería de Tel-Aviv, estaba siguiendo los pasos de los zelotes en Masada y los circuncelianos del Norte de África.  Y cuando un médico judío abrió fuego sobre los musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas, honraba la tradición de los terroristas de la era bíblica llamados sicarios”.
El fanatismo religioso nos ha llegado con el monoteísmo, con el celo de imponer a un único Dios absoluto y verdadero (y las raíces de este fanatismo no se encuentran exclusivamente en la tradición islámica, sino que también arrancan de las páginas de la Biblia).  La tradición pagana  -aunque así pintada por los guardianes del monoteísmo que se han dedicado a contarnos la historia desde su punto de vista en las iglesias, las sinagogas y las mezquitas -  no posee una naturaleza tosca y demoníaca.  Al contrario, los valores que celebramos en el mundo occidental  - la tolerancia, la diversidad cultural y la libertad religiosa -  provienen, más bien, de los principios que inspiraban al paganismo. 
Hay que reconocer, entonces, lo cierto de la frase de Freud que el mismo Kirsch coloca al comienzo del prólogo de su obra:  “La intolerancia religiosa nació inevitablemente con la fe en un único Dios”.

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